(Juan María Laboa– Sacerdote e historiador)
“Al leer con calma los números de esta revista concluimos que constituye una espléndida fuente de información, pero me admira su talante de equilibrio, respeto y amor a la verdad que persiste, a pesar de que cambien directores y colaboradores”
Se puede ser buen periodista, pero no intuir “los signos de los tiempos”, por cerrazón, como acusa Jesús, insensibilidad o incapacidad. Se puede amar una institución y no estar de acuerdo con la interesada interpretación del dicho “los trapos sucios se lavan en casa”. Al leer con calma los números de esta revista concluimos que constituye una espléndida fuente de información, pero me admira su talante de equilibrio, respeto y amor a la verdad que persiste, a pesar de que cambien directores y colaboradores. En una institución que admite mal la autocrítica, con unos dirigentes que, a menudo, están encantados de haberse conocido, es estimulante la presentación de la vida eclesial desde dentro, con sentido de pertenencia y cariño, pero con la libertad de quien la quiere testimonial y evangélica. Ha sido pionera, lúcida, valiente, respetuosa, exigente, humilde. No ha sido de parte, aunque sus opciones han sido tan claras como sus razones explicadas. Acompañó con datos y compromiso la preparación y desarrollo del Concilio, sin temer exponer los errores de su aplicación; respetó las diversas percepciones de la Constitución, pero acusó las malas artes y manipulaciones, y mostró la conveniencia de aceptar la Constitución del consenso; defendió la Iglesia con pasión, pero fue consciente de la creciente pluralidad de los españoles y de la necesidad de una evangelización que tuviera en cuenta esto; ha indicado la banalidad del mal y del bien cuando se reducen a palabras y rutinas; ha manifestado horror por las discusiones estériles que nunca ayudan a progresar. En estos tiempos de falta de comunión, esa palabra veraz, equilibrada y dialogante, sigue siendo necesaria.
En el nº 2.652 de Vida Nueva (especial 50º aniversario).