Plaga de “policías filósofos”


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

“Son los que intrigan hasta consumir el oxígeno de las estancias, obligando a quienes estaban a abandonarlas…”

No lo saben, aunque muchos de ellos tienen a Chesterton todo el día en la boca, pero vienen a ser una burda parodia de aquellos “policías filósofos” que se sacó de la chistera el autor británico en su obra más conocida. Les encanta ir por el mundo eclesial buscando herejes, delatando al que le acaban de ofrecer la paz en la eucaristía, husmeando en biografías para ver dónde y cuándo tropezó, en vez de estar atentos a echar una mano para que no caiga… Confunden las coordenadas inamovibles del rigorismo con la sensatez y no conocen el humor ni la ironía, muletas que les ayudarían –como al escritor– a transitar mejor en la tragedia que están seguros que protagonizan.

Los hay consagrados y los hay que, siendo monaguillos, son más clericales que los primeros. Son los que intrigan hasta consumir el oxígeno de las estancias, obligando a quienes estaban a abandonarlas. Son los que echan las culpas del vaciamiento de las iglesias a esos hermanos que llenan locales, sin querer analizar las razones por las que han sido capaces de congregar a tantos que buscan y esperan en esas otras habitaciones con un aire más respirable. Y son los incapaces de entender que es imposible que Dios pueda estar allí donde dos o tres se juntan en su nombre si quienes se han congregado no son, sin embargo, de su cuerda.

Hace unas semanas, más de cuatrocientas personas se juntaron en un local de A Coruña para escuchar a José Antonio Pagola. No son dos o tres. Hay congresos muy redichos que no logran reunir a tantos ni obligando a asistir a los seminaristas. No pesa ninguna orden de busca o captura contra el teólogo vasco. Es más, el papa Francisco compró “su” Jesús e, incluso, lo regaló a un obispo amigo. Pero los organizadores de ese encuentro –laicos– tuvieron que buscar a última hora un local civil para que se pudiese celebrar el acto, puesto que el inicialmente reservado –de titularidad eclesial– se había quedado sin oxígeno. Las presiones y los miedos lo habían vuelto irrespirable. La estructura mental del fundamentalismo, esa misma que, según Francisco, “es violencia en nombre de Dios”, pudo más. Otra vez.

En el nº 2.899 de Vida Nueva.