(Alejandro Fernández Barrajón– Presidente de CONFER) Siempre me ha conmovido el poema de Antonio Machado “Al olmo seco” del libro Campos de Castilla. No sólo por la descripción metafórica que hace de la vida humana y del paso del tiempo en nosotros, sino, sobre todo, por la invitación a florecer. Un poema tal vez muy oportuno para el momento primaveral que estamos viviendo.
La esposa de Antonio Machado, Leonor, se puso enferma de tuberculosis y estaba esperando lo peor en su lecho. El poeta, que la ama intensamente, no se separa de su lado en su casa de Soria. En un momento sale a dar un paseo por las cercanías del Duero, entre San Polo y San Saturio, y se encuentra con el olmo seco al que le ha brotado una ramita verde, preludio de la primavera. Y Machado, en una preciosa traslación poética, descubre en ese olmo seco la enfermedad traicionera de su esposa. La vida humana es como un tronco seco que por valles y barrancas se desliza hasta el mar que es la muerte. Pero aún queda esperanza: esa rama verde que ha brotado en el tronco carcomido.
Y Machado termina el poema con unos versos iluminados muy oportunos para esta primavera: “Olmo, quiero anotar en mi cartera/ la gracia de tu rama verdecida/ mi corazón también espera/ hacia la luz y hacia la vida/ otro milagro de la primavera”.
Pues eso, que es tiempo de brotar a una realidad nueva que nos aleje de la sequedad dominante. La dimensión espiritual de la vida quiere encerrarse en lo privado, o más bien desterrarse, como si no tuviera nada que ver con el progreso. El olmo fue capaz de brotar gracias a sus raíces y a su savia. El ser humano puede brotar también; es cuestión de raíces. Pentecostés puede ser el momento primaveral más oportuno porque es un aluvión de Espíritu.