JOSEP MIQUEL BAUSSET (MONJE DE MONTSERRAT) | “Los montes gritan de alegría”. Esta es la sensación que tuve, recordando el salmo 97, cuando el pasado 13 de junio subía al monasterio de Valvanera (que no conocía) para impartir un curso sobre los restauradores del monacato benedictino a los novicios y profesos temporales.
Que resuene el mar
y cuanto lo llena,
la tierra y todos sus habitantes;
aplaudan los ríos,
salten de júbilo los montes,
ante el Señor,
que viene a gobernar la tierra.
La belleza deslumbrante de la naturaleza que rodea el monasterio, lugar donde manan “las fuentes en los valles y se deslizan entre los montes” (Ps 103, 10), convierte a Valvanera en un remanso de paz y de silencio, de oración y de acogida fraterna.
Conscientes del esplendor de las montañas que rodean el monasterio, los monjes, que con solicitud velan la imagen de la patrona de La Rioja, son testigos de la misericordia de Dios, y así, cada día, dan gracias al Señor “por su amor, por sus prodigios con los hijos de Adán” (Ps 106, 15).
Agradecidos también por este marco incomparable, donde la naturaleza habla de las maravillas de Dios, los monjes, presentes en Valvanera desde finales del siglo X, dan gracias a Dios por la belleza y la majestad de su obra.
Inmersos en el silencio, los religiosos, con su prior a la cabeza, el P. Jesús Martínez de Toda, son hombres de oración y de esperanza, hombres que acogen a huéspedes con solicitud fraterna. Y es así como los monjes comparten la oración y la paz con aquellos que suben al monasterio para hacer una experiencia de comunión y encontrarse con Dios.
Es en este monasterio, en el Valle de las Venas, donde los monjes y los huéspedes encuentran en Cristo la luz que ilumina nuestras tinieblas y la alegría en el camino de la fe.
Con el amor fraterno y el servicio mutuo, como verdaderos hermanos, los monjes manifiestan con su vida, y sobre todo con su oración, la bondad y la misericordia de Dios, para así evangelizar el mundo con la oración.
En Valvanera pude ver que estos hombres, por medio del silencio, la plegaria y el trabajo, son una familia, una escuela de comunión fraterna, una casa donde resuena la alabanza a Dios. Por eso, llenos de alegría, los monjes y los peregrinos cantan cada día al Señor “un canto nuevo, porque ha hecho maravillas”.
En el nº 2.902 de Vida Nueva
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