SEBASTIÀ TALTAVULL ANGLADA | Obispo auxiliar de Barcelona
“El buen uso del tiempo es la mejor inversión, ya que nos ayuda a no caer en la obsesión de los resultados…”.
El valor de las cosas sencillas. Aquellas a las que no les concedemos el valor que tienen por ser pequeñas y cotidianas. Hay valores que están muy por encima de la rentabilidad, la utilidad o la eficacia. Los valores del espíritu piden un tratamiento de calidad humana y una firme voluntad.
¿Por qué no empezar la jornada con unos momentos de interiorización, de oración, de ejercicio físico, de planteamiento sereno de lo que va a ser el día? El buen uso del tiempo es la mejor inversión, ya que nos ayuda a no caer en la obsesión de los resultados inmediatos.
Todo esfuerzo es válido en cuanto ayuda a descubrir aún más la gratuidad. Hacer el bien sin esperar nada a cambio, hacernos cercanos y solidarios con quien nos necesita, realizar gestos gratuitos, totalmente altruistas. Las cosas sencillas nos abren a nuevas dimensiones más gratificantes.
La comunicación a lo largo de una jornada puede presentarse apasionante, pero que tenga tonos de humanidad porque valora la palabra y, sobre todo, la persona, siempre orientada a conocernos, a escucharnos y a tratarnos con respeto y dignidad. También en la era digital sentimos la necesidad de ser personas auténticas.
El diálogo sincero y constructivo en casa y en cualquier lugar, y fieles a un proyecto comunitario, ya que no somos individuos aislados que viven yuxtapuestos. Necesitamos liberarnos de prejuicios y del propio yo entronizado que tanto nos traiciona. Un pequeño detalle, una sonrisa, una palabra de ánimo, un gesto de cooperación, pueden romper toneladas de hielo.
Es muy sano hablar bien de las personas y valorar lo que uno descubre de bueno. Un esfuerzo de observación y discernimiento hecho con la limpieza del corazón, la que –según Jesús en las bienaventuranzas– nos capacita para ver a Dios.
En el nº 2.902 de Vida Nueva
