JESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor
“Un neurocirujano narra su propia ECM tras una meningitis que le provoca un coma profundo, permaneciendo siete días sin muestra de actividad cerebral…”
A raíz de mi último artículo en Vida Nueva, muchos lectores agradecieron tratar un tema que no es frecuente en publicaciones católicas, aunque tenga una conexión con la religión. El referido artículo, Vida después de la vida, es un análisis sobre un contenido de actualidad que es materia espiritual o religiosa, y queda, a nuestro entender, dentro de la temática general de Vida Nueva. Además, desde la Redacción, se me da la oportunidad de profundizar en ello, en atención al interés despertado, prueba por otra parte de esa actualidad.
- LA ÚLTIMA: Vida después de la vida, por Jesús Sánchez Adalid
Pasemos, pues, a lo que se trataba: esa amplia gama de testimonios de quienes han pasado por una muerte clínica y han sobrevivido; las “experiencias cercanas a la muerte” (ECM). Muchos científicos y médicos han intentado encontrar una explicación. Los no creyentes lo explican desde lo natural: alucinaciones por la medicación, reacciones químicas en el cerebro, recuerdos distorsionados, mecanismos de autodefensa en el trance, etc.
Pero de ninguna manera estas explicaciones alcanzan en toda su profundidad el hecho ni ofrecen hipótesis convincentes. Porque, entre otras cosas, muchas ECM se producen sin medicación. Y la mayoría de los testimonios describieron con claridad lugares, personas, conversaciones… al abandonar el estado de muerte clínica.
A raíz del interés, profundicé y di con un documento que, para mí, es el más revelador de cuantos tratan las ECM: el libro La prueba del cielo (Zenith, 2013), del estadounidense Eben Alexander, un neurocirujano que narra su propia ECM, en 2008, tras una meningitis que le provoca un coma profundo, permaneciendo siete días sin muestra de actividad cerebral y mientras los especialistas intentaban determinar, sin mucho éxito, el origen de la bacteria que lo atacaba.
Al salir del coma, aseguró que ese tiempo vivió en un “lugar sorprendente”, que a duras penas consigue describir, pero que le dejó una sensación de paz que se siente obligado a relatar. Y escribió el libro porque se había pasado parte de su vida estudiando el cerebro y las interacciones entre el sistema nervioso y el endocrino. Su conclusión es apasionante:
Creo que la lección importante es que todo gira en torno a la conciencia, lo que sugiere ampliamente que el espíritu, fuente de esa conciencia, es eterno y, en realidad, se enriquece cuando se libera de nuestro cuerpo y cerebro. Se convierte en una entidad más rica en conocimiento.
Esta afirmación no contradice las verdades de la fe. Por contra, es acorde con la escatología católica tradicional, que se refiere al conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida después de la muerte. San Pablo, en 2 Cor 5, 1, nos dice: “Tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas”. Y en 5, 8: “Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor”. Y en Heb 12, 23 menciona “los espíritus de los justos que han llegado a la perfección”.
En el Catecismo 1016 leemos: “Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día”. Flp 3, 20-21 dice: “Somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo débil en cuerpo glorioso como el suyo”. 1 Jn 3, 2 promete: “Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como Él es”.
El doctor Alexander confiesa que antes era escéptico ante la existencia de otra vida y agnóstico. Tras su ECM, se declara “profundamente creyente” en la otra vida y se siente llamado a transmitir esa fe. “Eres amado y apreciado profunda y eternamente. No tienes nada que temer. Nada de lo que hagas puede ser malo… pero no somos libres para ser egoístas y ambiciosos… Esto cambió la forma como veo nuestra existencia… darme cuenta de que somos seres espirituales eternos. La muerte del cuerpo no es el fin”, dice como conclusión.
En el nº 2.902 de Vida Nueva