JUAN RUBIO. ILUSTRACIÓN: GONZALO R. CHECA | Se celebran estos días las fiestas de Santiago, patrón de esta España “laicista y relativista”, según rancias voces.
Junto al abrazo entrañable de miles de peregrinos, pervive la imagen del apóstol Matamoros. Una mentira contada muchas veces parece verdad.
Está claro que la batalla de Clavijo fue una fábula de Ximénez de Rada en su De rebus Hispaniae. Después llegó, en agradecimiento por la imaginada victoria, el Voto de Santiago. Más tarde, Felipe IV, en 1643, dejó a sus sucesores la renovación anual, rodilla en tierra.
Ni las Cortes de Cádiz ni los gobiernos liberales, pudieron hacer nada para enderezar el entuerto. Y con el Voto, los diezmos y primicias que los pobres campesinos con tierras desde Galicia hasta La Rioja, debían pagar. La Catedral y el Cabildo compostelanos se convirtieron en una de las instituciones más ricas de la Corona de Castilla.
Después, otro bulo ponía en boca de los guerreros la briosa invitación a barrer la morisma, lanza en ristre, del suelo hispano: ¡Santiago y cierra España! Más tarde, en boca de los ilustrados, significó la cerrazón ideológica del país.
Me quedo con la frase que Valle-Inclán, buen gallego él, pone en boca de Dorio de Gádex en Luces de Bohemia: “Santiago y abre España a la libertad y al progreso”.
- CRÓNICA DEL DIRECTOR: Pastoral universitaria más allá de las capillas, por Juan Rubio
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En el nº 2.904 de Vida Nueva