(José Luis Corzo– Profesor del Instituto Superior de Pastoral de Madrid)
“Yo creo que a las instituciones se les escapan sus portavoces, casi siempre de fea imagen, escasa simpatía y rara facilidad de palabra. Los toman por cargos, pero lo harían mejor los locutores del telediario. En la Iglesia vamos aprendiendo lentamente a cuidar más la vista que nuestra real misericordia”
Eso dicen de la mujer del César, que ha de ser honesta y, además, parecerlo. Es un proverbio que cimenta casi toda la filosofía, porque desdobla la misteriosa realidad y sus engañosas apariencias, que, rara vez, coinciden. En nuestra época se ve mejor que nunca: sale todo por la tele, pero no son más que imágenes; la realidad es otra. Los políticos lo saben y contratan implacables asesores de imagen, casi siempre forjados en la platónica caverna publicitaria. Sombras nada más. Con ellos cuidan mucho más su imagen pública que la cruda verdad. Aunque yo creo que a las instituciones se les escapan sus portavoces, casi siempre de fea imagen, escasa simpatía y rara facilidad de palabra. Los toman por cargos, pero lo harían mejor los locutores del telediario.
En la Iglesia vamos aprendiendo lentamente a cuidar más la vista que nuestra real misericordia, a pesar del aviso de Mt 5,16: “Que vean vuestra buenas obras”, hasta por la tele. Ya llegará el momento de que todo lo oculto se descubra y lo secreto se sepa (Lc 12,2). Nos cuesta trabajo desdoblar y elegir mejor las apariencias -no las mentiras- que anuncien con gozo el Evangelio; a veces, nos metemos con torpeza en algunos jardines laberínticos. Un reciente informe semanal de la tele ha presentado como un triunfo de la vida el que un bebé seleccionado genéticamente haya salvado a su hermanito incurable. Desde Caná sabemos no ir nunca de aguafiestas y, menos aún, parecerlo. Nuestra defensa de los embriones no debe aguar esa alegría familiar ni enturbiar otras mil fotos nuestras con los africanos empobrecidos o con los presos humillados de Guantánamo, que quieren vivir. ¿Ojo clínico? Sí, y también pastoral.
No hay que dejar de serlo, pero nos es esencial parecerlo: llenos de misericordia.
En el nº 2.654 de Vida Nueva.