FRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ| Embajador de España
“La protección de la vida no es una cuestión política de izquierdas o de derechas, ni siquiera un contencioso ideológico entre progresistas y conservadores…”.
Sobre el tema del aborto todo parece estar dicho, menos precisamente, aquello que sí se debe decir y recordar de forma alta y clara. Desde el fundamentalismo intolerante de los unos aprovechando los silencios y las cobardías de los otros, en España una vez más se ha tergiversado y falseado el debate ético más importante que cualquier sociedad civilizada puede mantener y que no es otro que el que gira en torno al contenido y a la defensa del derecho a la vida que asiste a todo el género humano.
Pensamos muchos que la protección de la vida no es una cuestión política de izquierdas o de derechas, ni siquiera un contencioso ideológico entre progresistas y conservadores.
Pensamos muchos que los principios morales de una fe religiosa o los valores éticos que rigen una conducta atea o agnóstica sean los únicos factores a considerar a la hora de fijar posiciones o precisar argumentos en esta materia.
Pensamos muchos que, como sucede casi siempre en temas conflictivos por omisión o por complejo, los defensores de la vida han perdido la batalla semántica, derrota que acarrea el que las disputas dialécticas se planteen en términos falsos como cuando la cultura de la muerte, cada vez más, es aceptada como una legítima manifestación de la libertad individual.
Pensamos muchos sin más bagaje científico que la simple lectura de los periódicos que los avances genéticos con el descubrimiento del ADN y la secuenciación del genoma humano ponen en evidencia que desde el momento de la concepción hay una nueva vida humana que incluso puede ser intervenida quirúrgicamente para curarla de enfermedades o malformaciones hereditarias o incluso los avances técnicos de la medicina permiten vivir a fetos nacidos después de pocas semanas de gestación.
Hoy sabemos que el nuevo ser sufre, siente y emite sonidos, muchas veces cuando es asesinado en razón del eufemismo de la libre decisión, que consagra como un derecho fundamental de las mujeres, niñas incluidas, la decisión de abortar, a veces sin un motivo o razón, que el considerar tal acción como una práctica anticonceptiva más.
Se podría llegar a pensar que poco o ninguna diferencia existe entre el tratamiento que a las personas con taras o minusvalías físicas o psíquicas les daban las leyes de Nüremberg del régimen nacionalsocialista con la eliminación física de los nasciturus aquejados de estas anomalías, que se prevee en la legislación vigente en España.
Nada de todo lo antedicho sería necesario recordarlo si se hubiera respetado la doctrina del Tribunal Constitucional que en su día estableció con claridad la condición de persona del nasciturus y, consiguientemente, los derechos que como tal le asisten, fijando los supuestos excepcionales en los que se despenalizaba la práctica del aborto.
Pero unos, sin figurar en su programa electoral, impusieron una nueva ley de plazos, estableciendo un derecho circunscrito exclusivamente a la gestante, expresando su intolerancia en la negación del principio universal de la objeción de conciencia y rompiendo así un consenso tácito implantado en la sociedad como aplicación de las reglas del mal menor.
Pero después los otros, sí figurando en su programa electoral, plegaron sus compromisos, arrumbaron el proyecto de ley anunciado y publicado, aduciendo sin pudor alguno que sus razones eran estrictamente de interés electoral (sic).
Y naturalmente pensamos muchos que ni los unos ni los otros.
P/D. Nada más ilustrativo que la lectura del texto del veto que el 14 de noviembre de 2008 envió a la Asamblea General de Uruguay, el Presidente de la República, Dr. Tabaré Vázquez, médico socialista y agnóstico, denegando la aprobación de la Ley del aborto.
En el nº 2.915 de Vida Nueva.
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