CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“Pertenecer a la Iglesia no es algo que pueda reducirse a una inscripción burocrática en el registro…”
En tiempos de noviembre suele celebrarse el Día de la Iglesia Diocesana. Dios ha querido su Iglesia para que los hombres pudieran realizar el encuentro con Cristo. La Iglesia, en efecto, da a conocer el Evangelio del Señor, celebra la Eucaristía y los demás sacramentos. Testimonia y practica la caridad y el amor fraterno. Sale al camino de los hombres de todos los pueblos y les habla del Dios de Nuestro Señor Jesucristo.
La Iglesia diocesana es la misma presencia de la Iglesia universal, católica, en un lugar concreto del mundo. Una Iglesia diocesana, fiel al Evangelio, pero con las características de la propia cultura, de la tradición, de la historia de un pueblo determinado. Una Iglesia que nunca ha sido ajena a la situación y a los problemas y necesidades de los hombres. Está al servicio de todos. Comunidad formada por aquellos que han recibido el bautismo en la fe de Jesucristo, la Iglesia está abierta a todos los hombres y, con ellos, quiere compartir la fe y la caridad que ha recibido. Una comunidad diocesana, pero servidora de todo el Pueblo de Dios.
Pertenecer a la Iglesia no es algo que pueda reducirse a una inscripción burocrática en un registro de personas. Tampoco en una mera pertenencia sociológica, estadística, sin participación en la vida de la comunidad. Por el contrario, estar en la Iglesia es vivir unido a la comunidad, escuchar la voz de los pastores, celebrar juntos la Eucaristía, ayudar a las obras de caridad, dar testimonio cristiano en todo momento.
Nada más ajeno al sentido de diócesis, de Iglesia local, que encerrarse en proyectos, ideas y necesidades particulares, olvidando esa dimensión universal que deben tener todas las acciones pastorales. Nada de ello va a reducir el compromiso y la respuesta a la situación concreta y realidad en que se encuentra cada Iglesia local. Al contrario, cuanto más católicas, universales, sean nuestras acciones, más interés se tendrá por hacer visible la realidad y vida de la Iglesia en el ámbito local, diocesano. Al Pueblo de Dios pertenecen todos los hombres y mujeres del mundo. Su vida, sus situaciones y dificultades no solamente no nos deben dejar indiferentes, sino que, desde un sentido universal de paternidad divina, estamos responsabilizados en una solidaridad sin fronteras. Somos, como Iglesia, una comunidad particular en un pueblo, que no es otro que el de Dios.
En fin, que la Iglesia diocesana es casa donde ha sido uno recibido por el bautismo. Y madre, pues alimenta con la Palabra de Dios y los sacramentos. Estar en esta casa y tener esta madre implica también unas responsabilidades: perseverar en ella y hacer crecer la gracia recibida en el bautismo mediante la catequesis, la oración y los sacramentos. Testimoniar, en obras y palabras, la identificación con Jesucristo. Ser testigos de la verdad y anunciar el nombre y la vida del Señor, tanto a los que están a nuestro lado como a los que viven lejos.
En el nº 2.917 de Vida Nueva