JOSÉ BELTRÁN | Director editorial de Vida Nueva
“No sé hasta qué punto se administran sacramentos con fecha de caducidad. Que no marcan. Mercado…”
JUEVES. “Soy el obispo de Roma, y para que te acuerdes de mí…”. Hubo a quien le marcó en tiempos. Literalmente. Lo recuerda quien preside la confirmación de Emma. Sonrisas. Reconduce el pasado para caer en la necesidad de llevar marcado “hasta el tuétano” la impronta del Espíritu. Sé que a Emma no se le borrará. Pero no sé hasta qué punto se administran sacramentos con fecha de caducidad. Que no marcan. Mercado.
VIERNES. Alguien me pregunta preocupado por el cese, que no jubilación voluntaria, del arzobispo Ureña que dejó caer Pepe Lorenzo en su columna. “¿Lo tendrá bien atado?”. Y tanto. Lamentablemente.
DOMINGO. Consagración de un templo. Y el párroco dedica las líneas más jugosas al equipo de limpieza. A quienes hacen el trabajo callado, ese que no va ligado a un plan pastoral. Ese que se mueve entre la acción de la fregona y la oración cuando el mocho se para ante el sagrario.
LUNES. Sánchez Adalid no utilizaba gafas, hasta que buceó en la Santa. Me lo cuenta. “He perdido la vista”. Después de empaparse durante un año de documentación y, otro, frente a la pantalla. No es una tesis. Pero sí novela histórica. “Y de repente, Teresa”. Y sí, en el relato, también llega cuando menos se la espera. Merece la pena esperar. Por Jesús. Por Teresa.
MARTES. Alguien me habla del peligro de quedarse atrapado en un lugar de confort. De imaginarse en un monte y con tres tiendas. Y esperar. Complaciente. Mientras pasa la vida. Mientras surgen problemas y no se han visto. Granada.
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