ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid
“Como decía Carlos Osoro el día de su entrada, Madrid es un lugar de encuentro…”
¿Y quién soy yo, jubilado con júbilo, emérito sin méritos y socio fundador del P.P.P. (pobre, pequeño y pecador) para hablar de la Iglesia de Madrid, donde ya no resido, sino que estoy tan a gusto en la Casa Sacerdotal de Albacete, mi patria chica? Pero como viene la Navidad, quizá se me perdone este pecadillo de morriña.
Por ejemplo, el recuerdo de aquella tarde dolorida y festiva, con una cola inmensa en la calle Mayor, para pasar ante el cadáver de Franco, y una Puerta del Sol de aquellas 20 que fueron, llena de gente paseando con paz, con alegría y esperanza.
O aquel viejo caserón de Los bailes del Duque de Osuna, de La Viejecita, recuperado y convertido en miniconcilio a la española, entre curas y obispos, en la Asamblea Conjunta, luego nido de ciencia y de experiencia, de teología y pastoral, de universitarios y de seminaristas.
O los inmensos barrios proletarios, entre el pluriempleo y la chabola, la solidaridad y la caridad, la liturgia y la canción protesta.
O las llamadas misas de la Vicaría, en la parroquia del Dulce Nombre de María. Allí estábamos todos, los laicos militantes, las religiosas y los curas, que salíamos renovados y reconfortados. En una de ellas, la colecta se dedicó a pagar mi viaje al entierro de Monseñor Romero, el santo obispo mártir, y aún quedó para llevar un donativo a Cáritas de El Salvador.
O la Asamblea Cristiana de Vallecas, con más de doscientos grupos de trabajo. Aunque suspendida a última hora por el Gobierno, nos sirvió durante un año como ejercicio colectivo de Iglesia postconciliar que se preparaba para colaborar en una transición política y social.
Y todo esto en unos barrios recién nacidos al socaire de la inmigración del Sur, buscando un pedazo de pan, y donde nunca tuvieron la sensación de extraños o extranjeros. Porque, como decía Carlos Osoro el día de su entrada, Madrid es un lugar de encuentro, una Iglesia de puertas abiertas, de acogida. Porque Madrid es una madre.
En el nº 2.920 de Vida Nueva.
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