CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“No solo hay que ser justos en lo íntimo, sino que bondad y justicia han de brillar en el ámbito social…”
De poco sirve que llegue un año nuevo si continuamos con actitudes envejecidas, despropósitos en la conducta y desorientación en casi todos los aspectos. El papa san Clemente le escribe a los Corintios –carta que les recomiendo– sobre los dones de Dios: la vida en la inmortalidad, el esplendor en la justicia, la verdad en la libertad, la fe en la confianza, la templanza en la santidad.
Del origen primero y del destino final habrá que hacer una seria y profunda reflexión para saber de dónde venimos y a dónde se dirigen nuestros pasos. La vida temporal tiene unas fechas que marcan el comienzo y el término de la existencia terrena. La luz, para comprender y no errar en este camino, viene de una fuente intemporal, la que dimana del mismo Dios. Y no se puede comprender la vida, mucho menos la cristiana, sin hacer referencia constante a esa esperanza cierta de vivir más allá de los umbrales de la muerte.
No solamente hay que ser buenos y justos en lo más íntimo y particular de cada uno, sino que la bondad y la justicia tienen que resplandecer en el ámbito social, para que los hombres bendigan a Dios por ello y sirva de ejemplaridad y de camino de justicia para todos.
La verdad no viene sola, trae consigo una increíble fuerza de libertad. Creí, y por eso hablé, dice el apóstol. La verdad no puede esconderse, pues está exigiendo darse a conocer. Es que no puedo vivir sin anunciar a los demás lo que de Dios he recibido. La libertad es como una energía irresistible que quema hasta los huesos y urge poner a disposición de unos y de otros.
Como la fe es aceptar y vivir conforme a lo que Dios ha querido manifestarnos, lealtad y acatamiento están unidos a la confianza, que no solo es asentir, sino amar. No solo creemos en lo que Tú has dicho, sino que creemos en Ti.
Y la templanza en la santidad. Mucho discutieron los maestros de la vida espiritual acerca de la ascética y de la mística. Algunos pensaron que primero había de ser una conducta de austeridad, de penitencia y cumplimiento estricto de preceptos y mandatos. Después vendría la contemplación y el arrobamiento en el misterio de Dios. Los más, quisieron unir el ascetismo, la vida sencilla y austera con la contemplación espiritual de las cosas de lo Alto y llegar a la unión íntima con Dios, que esto es la santidad: estar con Dios y vivir conforme a lo que Dios quiere para sus hijos.
Lo que san Clemente escribiera hace muchos años (siglo I), y para unos hombres y mujeres de otras culturas y modos de sentir –la comunidad de Corinto–, no solo tiene actualidad y vigencia, sino que es doctrina que ha venido a considerarse muy unida a la predicación apostólica, pues el papa Clemente se había relacionado con los apóstoles y tenía todavía la predicación apostólica en sus oídos y su tradición ante los ojos, como afirma san Ireneo de Lyon.
En el nº 2.921 de Vida Nueva