¡Cuánto más naciendo Dios!

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“En Navidad no fingimos, sino que nos acercamos a lo que es más nuestra verdadera y propia imagen…”

 

Cristóbal de Castillejo escribiría: “Pues hacemos alegría cuando nace uno de nos, cuánto más naciendo Dios!”. Este es el sentido cristiano de la Navidad. El gozo y la alegría que sentimos y cantamos no tienen otro motivo sino el nacimiento de Jesucristo. Si de luces se llenan las calles, si fiesta se hace en las casas, si desborda la alegría, no es otra la razón que nos mueve sino el recuerdo del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. No tenemos otro motivo. Y bien que nos basta. Paz y felicidad, sí, a los hombres, a todos, pero porque ha llegado Jesucristo.

En los días de Navidad parece como si de ropajes nuevos nos vistiéramos. Amables y bondadosos, perdonando y acogiendo, buscando a los que están lejos y deseando su compañía. Se comparte el pan y la fiesta. Afloran los mejores sentimientos de solidaridad, de unión fraterna. Pero, más que vestirnos con adornos de bondad por unos días, lo que hacemos es despojarnos de los ropajes que en verdad no nos corresponden. El odio, la violencia, la desunión, la venganza, la guerra, la indiferencia, la humillación de los demás, la soberbia, la envidia, el derrotismo y la desesperación…, no son nuestros propios vestidos. Por eso, en Navidad no fingimos, sino que nos acercamos a lo que es nuestra verdadera, nuestra más propia y auténtica imagen. La farsa son esos innumerables días en los que olvidamos que el hombre solamente puede ser cabal y sincero cuando es justo y misericordioso, cuando ama a su hermano y le sirve, cuando trabaja por la paz y ayuda al desvalido, cuando perdona y reparte el pan de su mesa con el que menos tiene. Y es que el corazón del hombre está lleno de bien, porque en el hondón de su existencia está viva la mano y huella de Dios.

Cuando en no pocos ambientes se palpa una especie de extraño rubor en hacer referencia a lo religioso y se buscan “alternativas culturales” para soslayar el nombre de Dios, para el cristiano, y para tantos hombres de buena voluntad, el misterio de Cristo llena por completo la historia y la vida. Todo gira en torno a Cristo. Nada tendría sentido si no estuviera empapado y revestido de la fe en el Hijo de Dios. 

Celebrar la fiesta de Navidad no solo es recordar con gozo el día en que el Hijo de Dios se apareció ante la humanidad, sino adentrarse en la profundidad del Misterio para vivirlo en la admiración y en la gratitud. Navidad es aurora de un tiempo nuevo. El tiempo y la historia que se inaugura con el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. El eterno se hace presente en el tiempo. El invisible aparece ante los ojos de los hombres. El inconmensurable nace del seno de la bienaventurada Virgen María. 

En el nº 2.922 de Vida Nueva

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