Presentación
LUIS ÁNGEL DE LAS HERAS, CMF (PRESIDENTE DE CONFER) | Ha comenzado el Año de la Vida Consagrada convocado por el papa Francisco en toda la Iglesia. Desde el 30 de noviembre de 2014 se prolongará hasta el 2 de febrero de 2016. Es un evento para el bien de la Iglesia universal. Como lo fueron –y siguen siéndolo con muchos y buenos frutos– el Año Sacerdotal (2009-10) y el Año de la Fe (2012-13), convocados por Benedicto XVI. Cada convocatoria nos afecta de distinto modo a unos y a otros, pero nos implica a todos. Por eso ahora todo bautizado está llamado a dar gracias a Dios por la Vida Consagrada y a apoyarla como don para el Pueblo de Dios.
En este dinamismo de bendición para nuestra Iglesia de comunión, los consagrados y las consagradas queremos acoger los objetivos propuestos y celebrar este Año como un tiempo de gracia para evangelizar la propia vocación, mirar al pasado con gratitud, abrazar el futuro con esperanza y vivir el presente con pasión. Algo que podemos desarrollar y comunicar cotidianamente en y desde cada comunidad de vida y misión.
Hemos dicho en algunas ocasiones, preparando este evento, que no cabe en este Año la autorreferencialidad, de la que somos rescatados por el amor de Dios (cf. EG 8). No caben visiones prometeicas, puesto que debemos confiar más en Él que en nuestras propias fuerzas (cf. EG 94). No caben miradas autocomplacientes y egocéntricas, puesto que hemos optado por el seguimiento de Cristo, tal y como lo propone el Evangelio, como norma suprema de vida (cf. EG 95; PC 2, a). No caben en la Vida Consagrada de hoy —ni por nuestra parte ni por parte de otros sobre nosotros— valoraciones nostálgicas, pesimistas, condenatorias… Ni manifestaciones quejumbrosas, ni lamentos estériles. Sabemos que el amanecer fecundo del Reino está cada vez más cerca y nuestra Vida Consagrada está llamada a mostrar ese futuro esperanzado y esperanzador desechando tinieblas y vistiéndose de luz (cf. Rom 13, 12).
Libres de lo que nos ata, yendo más allá de nosotros, queremos dar a conocer nuestra identidad y misión dentro de la Iglesia y, en lo posible, en la sociedad. Solemos ser conocidos por lo que hacemos, pero no tanto por lo que somos. Se abre una oportunidad para transmitir la alegría del encuentro con Cristo y su seguimiento con un modo distinto de ser, actuar y vivir. Una ocasión para compartir el don que hemos recibido con las otras formas de vida en la Iglesia y con personas de buena voluntad. Un Año en el que avancemos por caminos de comunión y misión entre instituciones de Vida Consagrada y de Iglesia.
Vivimos en una época difícil y compleja, que no nos puede dejar indiferentes. Ante esta situación, el papa Francisco propone una Iglesia en estado permanente de misión, en salida. A los consagrados y consagradas nos ha pedido que despertemos y nos desplacemos hacia periferias geográficas y existenciales. Que ofrezcamos acogida, consuelo y esperanza a hombres y mujeres de nuestro tiempo. Queremos ser Vida Consagrada en estado permanente de misión, en salida y, si es necesario, accidentada.
Sabiduría y entrega
En España, notamos que somos menos, aunque todavía un buen número, y mayores, si bien con dotes de sabiduría y de entrega. Pero, para vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza, sabemos que nuestra fortaleza está en el encuentro personal y comunitario con Jesucristo, de quien nos fiamos, y quien nos acompaña en la barca para hacer esta travesía. El papa Francisco, en su carta apostólica con motivo del Año, nos dice: “La esperanza de la que hablamos [abrazar el futuro con esperanza] no se basa en los números o en las obras, sino en Aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf. 2 Tim 1, 12) y para quien ‘nada es imposible’ (Lc 1, 37)”. Insiste en su carta: “No hay que ceder a la tentación de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en las propias fuerzas”.
Por eso, a pesar de las dificultades, siempre en comunión eclesial, queremos habitar periferias, orillas de este mundo, el centro en el que Dios nos convoca, para ofrecer el encuentro con Cristo –que transforma a la persona– y proponer su modo nuevo de vivir y de actuar.
Este desplazamiento evangélico por el Reino nos ha de guiar a despertar al mundo, no de cualquier forma, sino con una profecía de alegría y esperanza. El papa Francisco, profeta de estos tiempos, nos repite a los consagrados y consagradas que hemos de ser profetas y llevar la alegría donde estemos. Con sus palabras y sus gestos eficaces, con su testimonio de oración y unión con Dios, nos muestra cómo podemos serlo. Igual que lo hacen nuestros fundadores y fundadoras, señalándonos el camino para ser testigos auténticos, coherentes y creíbles; para ser profetas de la alegría del Evangelio, como seguidores de Jesucristo en una vida apasionada y apasionante. El Año de la Vida Consagrada será –ya está siendo– un tiempo oportuno del Espíritu Santo, que dará múltiples sorpresas a quienes se mantengan vigilantes y dispuestos a descubrirlas.
En el nº 2.923 de Vida Nueva