CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Hemos llegado, en este nuestro peregrinar, a una cuesta de enero muy especial. Es una jornada de montaña. Aquí es donde se van a lucir los auténticos escaladores. Más que tiempo de dificultad, tiene que serlo de superación. Las barreras no pueden ser infranqueables y motivo para desalientos y claudicaciones.
También el vivir diario tiene su manual de peregrino, en el que se orienta acerca del cómo recorrer bien el camino y llegar, en las mejores condiciones, al santuario. En ese compendio de instrucciones figuran unos capítulos imprescindibles: el de las actitudes y disposiciones, y el de las señales que advierten de posibles obstáculos y enemigos.
Con los ojos muy abiertos se ha de avanzar, y prestando la debida atención a los acontecimientos y afanes que presenta cada día. No caben la indiferencia y el permanecer impasibles ante las heridas y los desconsuelos de las gentes, la enfermedad y el desvalimiento, el cansancio y la desesperanza. Pero, también, aprender las lecciones de lo que es ejemplar y digno de ser imitado, de la lealtad y la nobleza, la constancia en guardar unos principios fundamentales, como pueden ser el de la corresponsabilidad en el servicio al bien común y la fidelidad a los compromisos y deberes que cada uno ha asumido.
Con los brazos cruzados no es posible avanzar mucho. Han de estar siempre bien extendidos y ofreciéndose al que llega, para abrazarlo. Pues no es un desconocido, ni un enemigo, ni un número más en el elenco de los participantes en este cross particular. Es tu hermano. Miembro de tu familia y de tu casa universal.
Para poder llegar al santuario con un mínimo de tranquilidad de conciencia es imprescindible una decidida voluntad de ayudar y servir, pues no hay nada que cause mayor resquemor moral que el haber estado en esta comunidad humana como parásito, viviendo a costa del esfuerzo de los demás.
Ahora viene el capítulo en el que se recomienda prestarle mucha atención no solo a los enemigos que pueden estar al acecho en las cunetas, dispuestos a lanzarse sobre el peregrino en el momento más inesperado, sino a esos demonios interiores que son auténticos especialistas en crear unas particulares y maliciosas actitudes que acaban por inutilizar los ánimos del mejor caminante y su deseo de seguir, y con la ilusión de llegar a la meta a pesar de muchas dificultades. Particular demonio es el de la actitud egoísta, que repudre y mata, porque lleva a la persona a encerrarse en sí misma y morir a causa del síndrome del retrovisor, que solamente permite ver la propia cara. La tentación de la arrogancia y del orgullo, que desprecia a los compañeros de camino y hunde en la soledad de no querer ni sentirse querido.
Nuestro manual de instrucciones es el de las bienaventuranzas. La garantía de credibilidad está en el cumplimiento del mandato del amor ofrecido por el mismo Jesucristo.
En el nº 2.925 de Vida Nueva