CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Lo del fútbol ha sido de primera página. Y aunque haya pasado a otros rincones en los medios de comunicación, ahí está lo de la violencia de género, la violencia familiar, la social, la xenófoba y muchas más. Aunque, en realidad, la fuente de tanta agresividad puede tener los mismos orígenes y objetivos: deseo de venganza, señalar distanciamientos entre potencias, causar un daño físico, psicológico, provocar miedo, humillación…
Se ha hablado de una violencia interior, que puede ser el desprecio de uno mismo, que es resentimiento sintiendo descontento y malestar por ser uno como es. También de una violencia positiva y laudable, que nace de una actitud de fortaleza para tener a raya los impulsos que provienen de las pasiones, del egoísmo, de la pereza. Es la superación personal, la coherencia entre los principios y el comportamiento. En este caso, se trata de la ascesis necesaria para adquirir la virtud.
En ocasiones, hieren más las palabras que las acciones violentas, pues causan heridas profundas en lo más sensible de cada persona. También hay una violencia silenciosa, manifestando enfado e indiferencia y causando, por ello, tristeza y dolor en los demás. Hay una violencia muy particular y deplorable. La de utilizar la presunta corrección fraterna para zaherir y humillar, no para ofrecer ayuda. Si no se está bien seguro de ser fraternos, olvidarse de la corrección. En fin, que son muchas las formas de agredir y causar daño. Se mata con un arma de fuego, pero también con la calumnia y la difamación, que roban el honor y la buena fama y que valen más que la vida.
El camino de la libertad no puede pasar por la guerra, la extorsión, la dictadura, la imposición ideológica o la persecución religiosa. La libertad no quiere asentarse si no es en el triple podio de la justicia, el derecho y la paz.
La violencia no tiene cabida en el estadio grande de la sociedad universal. Una legítima confrontación de ideas y proyectos, la defensa pacífica de los propios derechos, la rivalidad por alcanzar unos objetivos perfectamente justos no solamente no pueden situarse en el catálogo de lo violento, sino que pueden ser motivación y estímulo para ser coherentes con una obligación moral y de conciencia.
Como la conciencia es el mejor santuario de la paz y la garantía del comportamiento justo, habrá que cuidarla muy bien y ser leal a la voz íntima que de ella proviene. Hay que respetar la conciencia de cada uno, pero también tener buen cuidado al hacer objeción individual de conciencia; y desobedecer dictados que repugnan a los profundos y arraigados convencimientos es el autoengaño y hacer de la conciencia pretexto para la conveniencia y para querer justificar lo injustificable.
Absténganse, pues, los violentos de sentarse en esta gran mesa de la paz. No hay cabida para ellos. Pero no desesperen, que siempre cabe el camino del arrepentimiento, de la reconciliación y el de manifestar inequívocamente una actitud de buena convivencia, de concordia y de paz.
En el nº 2.926 de Vida Nueva