FERNANDO SEBASTIÁN | Cardenal arzobispo emérito
En los primeros días del año saludamos el año nuevo y nos felicitamos como si lo tuviéramos disponible en un cajón. No pensamos que el año lo hacemos nosotros, día a día, con nuestros sentimientos y deseos, con nuestras acciones y omisiones.
Por encima de todo está la providencia de Dios. Él conoce ya lo que va a ocurrir, pero deja que seamos nosotros los que vayamos devanando nuestra vida. Nos ha hecho libres y respeta nuestra libertad absolutamente. Luego Él se arregla para atar los cabos sueltos y hacer que todo llegue a buen fin.
Pero es verdad que la vida nos la hacemos nosotros. La vida personal y la comunitaria. No podemos vivir aisladamente. Todos dependemos de todos. Dependemos unos de otros intensamente en el seno de la familia, de la comunidad, de los pequeños grupos. Luego resulta que una familia depende de otra, por el trabajo, por la enseñanza, por la ayuda o el abandono. Así todas las familias están entrelazadas en un pueblo, en un barrio, en una ciudad.
Y unas ciudades dependen de otras, en el comercio, en la producción, en los materiales de primera necesidad. Los pueblos, los países, todos dependemos unos de otros en una maraña de relaciones de todo género. La humanidad es una familia, relacionada, compacta, interdependiente.
En resumen, que el año será lo que hagamos entre todos. Con más o menos guerras, con más o menos conflictos, con más o menos sufrimientos. Según cómo lo hagamos entre todos. Hagamos un esfuerzo para mejorar las cosas. Construyamos un año de paz y prosperidad. Desde nuestros sentimientos, desde nuestros deseos. Hagamos causa común con todos los que buscan la justicia y la paz, con los que favorecen la esperanza, con los que alivian los sufrimientos. Cerremos el paso a los soberbios, a los ambiciosos, a los insensatos.
Tenemos una guía segura, el Evangelio y las enseñanzas de Jesús, Pastor y Salvador de los hombres.
En el nº 2.926 de Vida Nueva