CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN, diputado de UpyD | El brutal atentado contra el semanario Charlie Hebdo ha dado alas a una discusión ya vieja en Europa occidental, muchos de cuyos países cuentan con importantes porcentajes de musulmanes, de entre el 4 y 6% de la población. ¿Son compatibles islam y democracia?
Sobre el yihadismo no hay discusión alguna: es la barbarie absoluta y cualquier compromiso es imposible. No hacía falta el atentado de París para llegar a esta conclusión, porque ahí están Al Qaeda, el IS o Boko Haram, entre otros.
Las sociedades democráticas desconfían del islam por varios hechos más o menos establecidos: la diferencia de valores en aspectos tan sensibles como la desigualdad de la mujer, el apartamiento voluntario de la comunidad musulmana del resto de la sociedad (reprochada como falta de voluntad de integración) y la escasa combatividad política contra el yihadismo.
Por otra parte, la mayoría de los musulmanes europeos proceden del Magreb, Turquía o Asia, y el fracaso de las esperanzadoras primaveras árabes (salvo en Túnez) o la involución del Gobierno turco de Erdogan (que en algún momento aparentó ser una original “democracia cristiana” a la musulmana), han potenciado el pesimismo sobre la compatibilidad de islam y democracia. La islamofobia es una realidad en determinados ámbitos sociales.
Pero si apartamos el inasimilable islamismo fundamentalista y el yihadismo, creo que el conflicto no es tanto entre islam y democracia, sino contra el laicismo. El Estado musulmán es la comunidad religiosa y se basa en instituciones y jurisprudencia totalmente confesionales. La comunidad política secularizada, diversa y pluralista de las democracias occidentales es realmente muy diferente.
Sin embargo, recordemos que nuestras sociedades pluralistas surgieron de los conflictos religiosos iniciados con la Reforma protestante y la Contrarreforma católica. La tolerancia hacia el otro tipo de cristiano fue el compromiso surgido de siglos de persecuciones y guerras terribles. La secularización del poder político no fue un proceso fácil ni rápido. El pleno reconocimiento de la libertad de conciencia y religiosa ha tenido que esperar, como la igualdad política de las mujeres, hasta bien avanzado el siglo XX, incluso en países de larga tradición tolerante como Gran Bretaña. Y quedan flecos pendientes.
Reto intergeneracional
La conversión de una sociedad profundamente religiosa en otra abierta y pluralista en un par de generaciones, como ha pasado en España, es un caso muy raro; el peso de lo religioso en un país de Constitución laica como los Estados Unidos, o el renacimiento de la ortodoxia rusa son fenómenos muy relevantes. No debería extrañarnos que a los musulmanes también les cueste secularizarse.
Los que viven con nosotros tienen derecho a que se les permita evolucionar sin atentar contra su libertad de conciencia (como la prohibición de minaretes votada en Suiza hace unos años), a la vez que se les exige, como a todos, el cumplimiento de los deberes propios de la democracia, comenzando por el rechazo total del terrorismo yihadista y la actividad para minimizarlo y erradicarlo en todas sus dimensiones, incluyendo la ideológica y educativa.
Así es muy posible que ese conflicto entre islam y democracia acabe siendo parte de nuestra historia, como lo fue entre el cristianismo fundamentalista, los privilegios de las Iglesias y el Estado laico democrático.
En definitiva, al yihadismo hay que tratarle como lo que es, terrorismo y totalitarismo islamista incompatible con la civilización. Pero, de paso, no estará de más recordar que los valores democráticos y laicos de pluralismo de creencias y libertad de conciencia deben ser defendidos a toda costa. Son los que busca destruir el yihadismo en la totalidad del mundo.
En el nº 2.926 de Vida Nueva