CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Los orígenes son antiguos. Las desproporciones del festejo, tan actuales como las de todos los años. Se discute acerca de la etimología de la palabra, del lugar donde naciera esta costumbre y de las motivaciones que la justificaban. En este punto aparecen las costumbres y las religiones. Y cada cual, a su modo, abre el período de unos días en los que reinaba la tolerancia, se coronaba la libertad como a una diosa omnipotente, sin limitación moral alguna y haciendo presunción y gala de una permisividad y descontrol fuera de cualquier orden y regla. Era un tiempo de anarquía sin ley, derecho, conciencia, ni ética alguna… Todo ello quedaba secuestrado, al menos por unos días, en favor de un capricho sin tasa. Barra libre para todos y sin limitación alguna.
No hace falta esperar a que lleguen esos días de la precuaresma, dicen algunos, pues todos los días del año son carnaval. Con sus disfraces y sus ficciones, con sus desenfrenados comportamientos sin orden ni concierto. Comamos y bebamos, que mañana moriremos. Así que, como dentro de pocas fechas comienzan días de austeridad y de ayuno, hagamos hoy cuanto se apetezca, que ya llegará el momento de doña Cuaresma para poner a cada cual en su sitio.
Los más tolerantes se quedan en el plano de lo cultural, de lo folclórico, de lo lúdico y de lo festivo. Y mientras no se tome ocasión del festejo para saltarse a la torera los principios morales, el respeto a los demás, a sus creencias e ideas, así como a las reglas imprescindibles de una buena convivencia social, tampoco habrá que rasgarse las vestiduras y disfraces, pero sin olvidar que cada tiempo tiene su afán y sus deberes y obligaciones.
Lo malo, lo intolerable, lo que disgusta es ese carnaval que no tiene tapia ni barreras y que hace de la libertad bandería prepotente para no respetar los derechos de los demás. Es la dictadura de aquellas ideologías intolerantes, de los estatutos en los que solamente tienen carta de identidad los iniciados y sumisos.
Desfile carnavalesco es el formado por toda esa serie de figurantes de la corrupción, del arribismo, del orgullo y de la prepotencia, del escaqueo de las responsabilidades, de la prevaricación, del amiguismo, de quienes presumen de salvavidas, aunque sea a costa de la vida y de los derechos de los demás, de los egoístas y acaparadores, de los que tienen mucho pico y poca pala, como decía un bondadoso y castizo sacerdote.
Ni amargar el legítimo derecho a divertirse ni teñirlo todo de moralina, pero sabiendo distinguir los días de perdices y de cuaresma, como decía santa Teresa de Jesús, que en esto reside el buen criterio, el pensamiento justo y una conducta adecuada a lo que el Señor quiere. Porque de si algo hay que alegrarse, será del reconocimiento de que Dios es bueno con su pueblo.
En el nº 2.928 de Vida Nueva