GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix-Baza
Así se define el tiempo de Cuaresma, un tiempo de renovación. Renovación de la Iglesia y de cada una de nuestras comunidades, pero, muy especialmente, de renovación personal. No es infrecuente escuchar a muchos que piden la renovación de la Iglesia en su estilo de proceder, y en las mismas estructuras; sin embargo, si estas no tienen en la base la renovación personal de los cristianos, serviría de poco.
En cristiano, renovarse es volver al Evangelio, beber del agua clara de la Palabra de Dios que ilumina, interroga y confronta. No hay más fuente de renovación que el Evangelio, lo demás sería vivir a la moda. El Evangelio es siempre nuevo y actual, y nos ayuda a vivir los signos de los tiempos en fidelidad a lo que Dios quiere y espera de nosotros.
La renovación nunca viene inspirada por un qué, sino por un quién. No cambio por algo, sino por alguien. El cambio no es, o no puede ser, la victoria de una voluntad fuerte, sino la experiencia de un amor correspondido. La renovación de la Iglesia y de los que la formamos es una gracia, así el tiempo de Cuaresma es un tiempo de gracia, una nueva oportunidad para volver a empezar. Es el momento de salir de nosotros mismos para ir a Dios y, en el camino, recoger a los hermanos y llevarlos con nosotros.
El Papa dice en su Mensaje para la Cuaresma que “la misión es lo que el amor no puede callar”. La Iglesia existe y se desvive cada día en decir al mundo que Dios lo ama, y no lo hace por obligación o por interés alguno, más que por el amor que ha recibido y que no puede callar. La evangelización es una cuestión de amor; es la prueba más grande de que los discípulos de Cristo aman al mundo, de que no hay nada humano que les sea ajeno.
Yo estoy de acuerdo con que la Iglesia debe renovarse, pero empezando por mí, por nosotros.
En el nº 2.928 de Vida Nueva
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