(Vida Nueva) Esta semana, en la que se inaugura la Feria del Libro de Madrid, Vida Nueva aborda en sus Enfoques la situación del mercado editorial, centrando su atención en el libro religioso. Este tipo de publicaciones tienen su espacio en un mercado plural y competitivo, pero ¿cómo lograr que esa presencia resulte significativa? José Pedro Manglano y Pedro Miguel García aportan algunas claves.
Siempre moderna y pegada al Evangelio
(José Pedro Manglano Castellary– Escritor. Director de Planeta Testimonio) Un amigo periodista, buen conocedor de las sociedades italiana y española, me comentaba el contraste: en Italia, el mundo cultural e intelectual tiene impronta cristiana, mientras que en la vida ‘de la calle’ el cristianismo está menos presente. En la sociedad española se da el fenómeno inverso: la vida cultural e intelectual corre al margen de la fe cristiana, y en la vida familiar y personal su presencia es mayor. Como toda consideración general admite matices, pero comparto el diagnóstico.
Esta realidad, trasladada al mercado del libro religioso, es la explicación, a mi juicio, de este fenómeno. En España hay una alta producción y demanda de literatura religiosa; sin embargo, es una literatura que no está presente en el mercado general, queda más bien marginada a la librería religiosa.
No sé si es antes el huevo o la gallina, pero el libro religioso corre por caminos bastante distintos al libro generalista. Su circuito comercial es otro, pero -no sé si es causa o consecuencia- también es otra la presentación y el estilo, esto es, el libro en cuanto libro -el libro como objeto- y su literatura.
El libro religioso sabe cuál es su mercado y apenas compite porque, de algún modo, no necesita competir. Con frecuencia, estos libros se dirigen a su público, como es lógico. Pero eso exige menos el estudio de las agresivas leyes del márketing. Cualquiera puede advertir una neta diferencia entre una mesa de novedades de una librería religiosa y de una librería generalista. El reclamo de las portadas, por ejemplo, es bien distinto.
Me atrevería a decir que, muchas veces, es una literatura previsible. Como siempre ocurre, el mercado configura la oferta. El mercado de esta literatura podría calificarse de público cautivo. Esto puede llevar fácilmente a perder la tensión que vibra en el interior de cualquier mensaje -y de un modo muy especial en el mensaje cristiano-: la universalidad. Se puede decir que, en líneas generales, esta literatura en España ha quedado algo encerrada en su mundo, circunstancia que fácilmente vicia: es más cómodo hablar para convencidos, olvidarse de conquistar nuevos modos.
El fenómeno del Código Da Vinci, con todos los títulos que han salido a su rebufo y que llenan los expositores, admite muchas lecturas. Con muchos matices que no podemos considerar aquí, de manera casi provocativa, puede decirnos dos cosas. Por un lado, es posible atravesar el muro que se levanta entre mercado de literatura religiosa y mercado de literatura profana. Al margen de su potencial económico, los sellos editoriales no religiosos saben comercializar la literatura religiosa, y sus escritores saben tomar temas religiosos y crear gancho (es cierto que el morbo y el engaño se manejan con más facilidad que la verdad y el respeto, pero quiero referirme solamente a la habilidad literaria). Por otro lado, el fenómeno del Código Da Vinci, La dama azul, El círculo de Annaberg… podría darnos a entender que, en sentido amplio, los temas religiosos interesan. Es verdad que los temas interesan por sí mismos a cualquiera, excepto a quien se encuentre ‘narcotizado’ o -en palabras de Cristo- con el corazón embotado.
Vivimos en un mundo nuevo, con una cultura y sensibilidades cambiadas y cambiantes. Estamos haciendo un esfuerzo, pero aún me parece insuficiente. El reto está claro: abrir un nuevo estilo, una nueva forma de tratar los temas religiosos. Es preciso que el libro religioso se dirija a todos, especialmente a los jóvenes. Un ejemplo. Hay best seller de management: esos libros han conseguido interesar no sólo a lectores del mundo de los negocios. Han sabido expresarse de tal modo que sus aportaciones son asequibles y enriquecedoras para la persona de la calle.
Hasta ahora, salvo algunas excepciones, a la literatura religiosa no le ha preocupado tanto el soporte narrativo como el contenido. Nuestra sociedad nos exige que nos ocupemos tanto de una cosa como de la otra. Los laicos cristianos son insustituibles aquí. La revolución que necesitamos es la de hacer libros en los que sepamos expresarnos de tal modo que las verdades cristianas sean accesibles a muchos.
Este esfuerzo nos exige que distingamos lo esencial de lo circunstancial. Lograrlo supone un redescubrimiento de la Verdad. Cada momento de la historia goza de una riqueza cultural singular, de una sensibilidad concreta, de características determinadas, de unos avances científicos y filosóficos…: el hombre de fe debe saber redescubrir en su momento histórico cierta novedad en la enseñanza de Jesús. Esto sólo es posible con un continuo ejercicio por volver a lo esencial, discerniendo lo accesorio. El cristianismo, entonces, es siempre moderno y pegado al Evangelio. La literatura religiosa cristiana, si es fiel a sí misma, será siempre moderna y pegada al Evangelio.
¿Por qué son tan distintos?
(Pedro Miguel García Fraile– Subdirector Editorial de San Pablo) En nada, salvo en el mensaje y contenido, tendría que diferenciarse el libro religioso del libro laico o libro en general. Ciertamente, no en su envoltorio exterior, ni en sus destinatarios ni mucho menos en sus puntos de venta. Deberían ser libros bien editados, modernos y elegantemente escritos; destinados a todos los sectores de la sociedad sin exclusiones (malo sería que la pretensión universal de lo religioso se autocensurase); tendrían que estar en todos los foros, librerías y escaparates. Y, sin embargo, no es así. A veces el libro religioso es una rara avis, un objeto devaluado e irrelevante para el gran público.
Excepción hecha del esfuerzo que están realizando algunas editoriales para mejorar portadas y formatos (unas más que otras), el libro religioso se ve a la legua, pero no por su atractivo, sino por su pobre y modesta apariencia. Los lectores habituales, aunque son fieles, son cada día menos “habituales” a este tipo de literatura. Y su distribución y puntos de venta dejan mucho que desear. Sin contar las librerías religiosas, donde siguen siendo los protagonistas, en el resto, si es que han conseguido entrar, ¿dónde pueden encontrarse? Escondidos detrás de columnas, en el rincón más inhóspito de la librería o en cohabitación indeseada con libros de new age, esoterismo o autoayuda. Sólo algunas excepciones rompen este exilio involuntario: aún siguen en las mesas de novedades los libros de Benedicto XVI y J. A. Pagola dedicados a la figura de Jesús de Nazaret, auténticos best seller, salvando las debidas diferencias entre uno y otro.
Estos factores, junto con otros síntomas más profundos, ¿apuntan a una crisis del libro religioso entre nosotros? Algunos indicadores sociológicos así lo hacen pensar, indicadores como el proceso de secularización de la sociedad, el envejecimiento acelerado de sus lectores potenciales, la desaparición por extinción de muchos de los buenos y renombrados autores de un tiempo pasado, la falta de ideas, la crisis en el sector editorial en general por el descenso de lectores, la tiranía de las novedades, que hace que los libros pasen de moda en sólo tres meses, el tiempo robado a la lectura por las nuevas tecnologías… Las perspectivas parecen desalentadoras.
Signos positivos
Y, sin embargo ,hay otros muchos elementos, igualmente objetivos, que llevan a pensar todo lo contrario: coexisten en España 30 editoriales religiosas y ninguna ha ido a la quiebra en los últimos años, a pesar de que todo el mundo se queja de lo mal que va la cosa; además de los servicios de publicaciones de las congregaciones y diferentes universidades católicas, y de lo que publican las editoriales laicas sobre religión (poco en número de títulos pero elevado en tiradas). Hay meses en los que se sirven más de 70 títulos religiosos nuevos a las librerías, desde las diferentes editoriales, sin que el librero tenga espacio material para exponer los libros; junto a estos dos factores estadísticos, hay signos positivos que indican si no un futuro prometedor para el libro religioso, al menos no tan dramático. Éstos son los éxitos de ventas de algunos títulos ya mencionados y de otros muchos, la repercusión que algunos libros tienen en los medios (cosa impensable hace unos años), así como la apertura a nuevas franjas de edad de lectores. Me refiero a los libros religiosos para niños, que sí consiguen posicionarse bien en las mesas de novedades de librerías y grandes superficies, sacando al libro religioso del ostracismo al que tantas veces se ve condenado. También muchos quedarían estupefactos si se publicasen en España las cifras de ventas de biblias (en todos sus formatos), los ejemplares vendidos de las encíclicas del Papa o, simplemente, de libros como el Catecismo de la Iglesia Católica, sin mencionar la alta facturación que suponen los libros de catequesis. Estarían durante semanas entre los libros más vendidos.
Por tanto, la crisis no está en el libro ‘religioso’, sino en el ‘qué’ y en el ‘cómo’ del libro religioso. Las editoriales religiosas tienen que esforzarse en mejorar sus contenidos y su imagen para que la sociedad laica no las vea como propagandistas o, peor aún, como proselitistas. Pero también, desde ciertos sectores de la Iglesia, no tienen que ser consideradas como peligrosas divulgadoras de ideas subversivas, sino como empresas (en el sentido menos mercantil del término) evangelizadoras que están en la frontera… y que, por ello, al arriesgar, unas veces aciertan y otras yerran, pero siempre están movidas por un afán no exclusivamente de lucro (necesario para la supervivencia), sino por una vocación cultural y evangelizadora nada desdeñable.