CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Lo había denunciado el mismo Jesús. Nada de maquillajes, ni caras largas, ni mal humor, ni pose de persona sufriente. La Cuaresma, con sus prácticas y buenas costumbres, es otra cosa: revisión de vida, cambio de conducta moral, arrepentimiento, conversión de vida y retorno a la casa del Padre. Y que en todo resplandezca la sinceridad y el deseo de comenzar un camino completamente nuevo: el del misterio pascual.
Como es tiempo de preparación para la nueva Pascua, se recomienda practicar la caridad, la austeridad en las costumbres y dedicar más rato a la oración. Los modos y maneras de hacerlo dependerán de cada uno, pues todos han sido llamados, pero cada cual con una vocación específica. Lo importante es la fidelidad a la vocación que cada cual ha recibido. En la casa de Dios hay muchas moradas. Y en las de los hombres, abundantes lágrimas que consolar, hambres que saciar y pobres a los que servir.
Tiempo de fe, de sincera adhesión a la Palabra de Dios. Pero si dices que crees en Dios y no ayudas a tu hermano, hay más que razones para dudar de la coherencia de tu fe. Así, por ejemplo, la solidaridad sin amor fraterno puede terminar en altruismo y poco más. La limosna, sin trabajar por el reconocimiento del derecho y la implantación de la justicia, se queda en ayuda de hoy y desvalimiento para todo el año. La celebración litúrgica, sin verdadero compromiso social, resultaría algo incoherente, pues se ha de vivir en la calle aquello de lo que hacemos memoria en el altar. La asistencia al templo, sin participación en el misterio que se celebra, quedaría en mera presencia ritual. La veneración de la imagen, sin un verdadero culto en espíritu y en verdad, sería algo hermoso, pero sin vida. La celebración de la Cuaresma, en definitiva, sin una sincera conversión a Dios, poco sentido cristiano tendría.
La Cuaresma es inseparable del tiempo pascual. Al inicio se hace el pregón acerca de lo que está por llegar: ¡está cerca el Reino de Dios, limpia bien tu vida, pues solamente los limpios de corazón pueden ver a Dios! Después, la imposición de la ceniza, que es una llamada de atención para que el cristiano sepa de su dignidad y de lo efímero de la existencia humana, y que no puede prescindir, aunque sea polvo y ceniza, de su condición de hijo de Dios y redimido por Jesucristo.
Es este convencimiento el que hace caer todos los maquillajes y que cada cual se examine sobre el modelo de cristiano que el padre Dios quiere para cada uno de sus hijos. Si el corazón está endurecido, habrá que remojarlo bien con las aguas de la penitencia. Si el mandamiento nuevo se ha olvidado, que la caridad sea tan sincera como generosa para refrescar la memoria. Si la falta de alimento para mantener la fe ha causado debilidad y anorexia espiritual, pues a sentarse de nuevo a la mesa de la Palabra de Dios y de la Eucaristía.
En el nº 2.929 de Vida Nueva