CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Hace 200 años naciera hombre admirable, Juan Bosco, lleno de Dios y de amor a cuanto de las manos de Dios había salido. Dedicó toda su vida a ayudar a Dios en el cuidado de los niños y de los jóvenes, dándoles la instrucción, la escuela, la formación que necesitaban.
No es tiempo pasado, pues el espíritu y la obra de Don Bosco permanecen en la Iglesia y, de una manera particular, en la familia salesiana, que realiza una admirable y ejemplar labor en la enseñanza, animación juvenil, misiones, parroquias… Pero lo más importante no es lo que hacen, sino su manera de ser y de vivir en cristiano con el estilo espiritual de Don Bosco.
Juan Bosco se estremecía al ver a esos niños y jóvenes sin escuela, sin trabajo, sin porvenir, sin esperanza, sin alegría. Para ellos levantaría escuelas, talleres de formación para el trabajo… Y la “sociedad de la alegría”, en la que los jóvenes debían empeñarse en ver la huella que la bondad de Dios había dejado en el mundo.
Don Bosco era la mano extendida de Dios para que los jóvenes pudieran encontrarse con el abrazo de su hijo Jesucristo. Sabía muy bien que esos niños, que esos jóvenes no eran suyos. Eran de Dios. Y Dios se los había confiado para que se los cuidara. Dios confiaba en Don Bosco y Don Bosco se puso incondicionalmente en las manos de Dios.
Recordar la vida y el espíritu de Don Bosco no es reencontrarse con un tiempo que pasó, sino saber recoger las mejores lecciones que nos dejaron los que nos precedieron y saberlo transmitir a las próximas generaciones. Pero este bicentenario no es simplemente la memoria de una fecha, sino que también pretende hacer más vivo el carisma y tan actual a Don Bosco como siempre lo fue para los jóvenes.
Por tanto, mirar el pasado con agradecimiento, el presente con confianza, el futuro lleno de esperanza evangelizadora y educativa, con coraje y mirada profética, dejándose guiar por el Espíritu que siempre nos acercará a la novedad de Dios. Así lo quiere el rector mayor de los salesianos.
La espiritualidad salesiana es profundamente evangélica: llevar la Buena Noticia a la vida, hacerlo con gozo y sencillez y ofrecer razones para vivir y esperar. Las razones de la esperanza salesiana están en el amor ilimitado de Dios por los hombres. Pero también la confianza en aquello que Dios ha puesto en el corazón de los hombres y su capacidad para el bien, la alegría, la justicia, para convivir fraternalmente, para la fidelidad.
No se puede comprender la obra de Don Bosco sin María Auxiliadora. Todo lo ha hecho Ella. La familia salesiana ofrece el rostro joven de la Iglesia. No solo porque se ocupe de la formación, del acompañamiento de los jóvenes, sino por el sentido de actualidad, de esperanza, de confianza en el misterio de la encarnación del Verbo en las entrañas purísimas de María, auxilio de los cristianos.
En el nº 2.930 de Vida Nueva