ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid
Los cristianos no creemos en Dios a tontas y a locas, sino que tenemos si no pruebas racionales, sí fundamentos razonables de nuestra esperanza en Cristo. En los evangelios se encuentran cuatro desafíos a la historia que eran quiméricos en aquel tiempo, y que se están cumpliendo milagrosamente. Podríamos presentarlos en cuatro escenas.
- 1. Una jovencita de una aldea casi desconocida ha sabido que a una prima suya el Señor le ha concedido la gracia de un embarazo cuando era estéril y anciana, y no duda en ponerse en camino para ir a ayudarle. Y en la alegría del encuentro, la joven proclama una esperanza inaudita: Todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Y la devoción a María se ha mantenido en todo el mundo hasta hoy.
- 2. Jesús tiene la osadía de afirmar que el cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Y desde entonces todos los días se proclaman, se aclaman, se veneran y se imprimen en dos mil lenguas del mundo. Sus palabras, además, están suscitando una inmensa producción de obras escritas en teología, liturgia, espiritualidad, poesía, etc.
- 3. Jesús promete al pobre Pedro lo que no concedió al genial Pablo: una dinastía. Y a pesar de las dificultades y complicaciones de la historia, actualmente el papa Francisco es el heredero 166º de esa dinastía.
- 4. Jesús se reúne a cenar con sus discípulos cuando estaba ya muy cerca de la muerte; les ofrece el pan y el vino convertidos en su cuerpo y en su sangre, y les pide que lo repitan en lo sucesivo como memorial suyo.
Y desde hace veinte siglos, millones de católicos acudimos al banquete de bodas de Cristo con la Iglesia, a pesar de las prohibiciones, las persecuciones o, simplemente, de la rutina que todo lo desgasta.
Y luego, como la cola de un cometa, tenemos la innumerable legión de los santos, testigos en la vida y en la muerte del Dios de Jesucristo.
En el nº 2.933 de Vida Nueva.