Las buenas amistades

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

La amistad y los amigos no siempre casan bien. Quizás se deba a que lo primero es concepto y los amigos un trozo, más que de la propia vida, de una necesidad tan grande y sentida como es la comunicación. Es decir, tener a alguien con quien compartir lo que hay de positivo y alegre en la realización personal. Para llorar, casi vale cualquier hombro. Para comprender y gozar de la alegría, solamente los buenos y pocos amigos.

Otra experiencia de la amistad es la que responde a esa conocida opinión de que el superior, el jefe, la autoridad, el dueño, no puede tener amigos. Tan extraña y rotunda afirmación excluye unas magníficas posibilidades de hacer del arte de gobernar una relación en la que la fuerza moral de las personas humaniza la comunicación. Se habla de la soledad del jefe, del dirigente, del superior, de la autoridad. Aparte de la mucha literatura que pueda haber sobre el tema, la soledad no es falta de amigos, sino de libertad para tenerlos y que no solamente no dominen, sino que ayuden a ver que el horizonte de la amistad está más allá del propio despacho.

El concepto de amistad se ha corrompido. Ya no es libertad de aprecio, sino condicionamiento que impide el actuar con equidad y justicia. Hay una sospecha latente de que la amistad con el superior abre la puerta al tráfico de influencias, al trato de favor y a la información privilegiada. Se desconfía, en una palabra, de la gratuidad y el desinterés de la amistad. El verdadero amigo no puede nunca condicionar la libertad del otro; más bien tendrá que ser su mejor apoyo.

De la amistad con la naturaleza habría que escribir un capítulo completamente distinto y difícil de comprender, al tratarse de criaturas tan distintas en las que no cabe la reciprocidad en un sentido de interpersonalidad. Pero en el dar y recibir, aunque distintas sean las formas de ofrecimiento, no debe quedar excluida esa amistad con todas las criaturas, pues son hechura y marca de la bondad de Dios.

La relación con los padres no puede decirse que se trata de verdadera amistad. Es distinto. Los hijos pueden tener muchos amigos; padres, solamente tienen a dos personas. Con las que puede haber tanta confianza como afecto, pero la amistad se establece en niveles muy distintos. Otra cosa es que los padres y los hijos deban mantener una cercanía de comunicación y establecer entre ellos unas relaciones que recuerdan a las que se producen en la amistad.

Así que de la amistad tenemos variadas experiencias, porque también fueron distintas las formas en que se vivía y con quienes se relacionaba. En la amistad entran el conocimiento y las emociones, el intercambio y los intereses, la existencia y el ser de cada uno y de las cosas con las que cada cual va a relacionarse. La amistad es un valor que no tiene ni razón de ser ni consistencia más que con unos buenos amigos: la naturaleza, la persona, la verdad, Dios

En el nº 2.933 de Vida Nueva

Compartir