CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Ha sido conocido por diversos nombres. Ahora se autoproclama Estado Islámico. Exhibiendo la bandera yihadista, muy próxima a la de Al Qaeda, y asentado en algunas ciudades de Irak y de Siria, pero con la intencionalidad de constituirse en un califato universal, sin reparar en cualquier medio, por muy violento que sea, para conseguir sus objetivos.
La violencia, en todas sus formas y dimensiones, es una declarada y evidente frustración de la inteligencia. El fanatismo hace olvidar la justicia y el derecho y, desde el punto de vista religioso, el fundamentalismo es la proclama más injusta y deplorable contra la misericordia y el honor de Dios.
La violencia cuenta por anticipado con el fracaso de la inteligencia, pues duda de la posibilidad del entendimiento entre las gentes, religiones y culturas, entre la justicia y los derechos individuales y colectivos. Los caminos de la concordia pueden ser distintos para conseguirla, pero nunca estará justificado el que pasa por la exclusión, el secuestro de la libertad, el crimen y la muerte, la guerra, el terrorismo…
Por inteligencia se entiende no solo esa capacidad de conocimiento y comprensión, sino de saber discernir, aunar, buscar la verdad y adherirse a ella. Usará del saber y del diálogo, de la diplomacia, del sincero intercambio de puntos de vista y de soluciones posibles. Se aprovechará del valor de las mediaciones, del intermediario que acerca las manos para que se estrechen y, juntas, trabajen en favor de la paz, un bien del que todos los pueblos tienen derecho a disfrutar.
Gentes atemorizadas, con la mirada perdida, sin encontrar razón alguna para tanto dolor, tanta injusticia, tanto sufrimiento. Condenadas incluso a la muerte simplemente por pensar de otra manera, por no someterse al imperio de totalitarismos intolerantes, de pertenencia a una fe y unas prácticas religiosas distintas.
El papa Francisco no se cansa de clamar en favor de la paz, del entendimiento entre los pueblos, del respeto a la vida, a la libertad y derecho de cada uno a tener unas creencias religiosas y poder practicarlas sin tratar de extorsionar la libertad ni desarrollar injustas prácticas proselitistas, pero ofreciendo garantías para que cada cual pueda ofrecer al otro sus convencimientos sin imponer a la fuerza la propia ley.
El Papa ha condenado los atentados terroristas que han causado un número considerable de víctimas cristianas. Los cristianos son perseguidos simplemente por serlo. Para ellos, y para todo el mundo, el obispo de Roma desea el don de la paz y de la concordia.
Y cuidar mucho el honor de Dios, pues sería blasfemia y afrenta el enarbolar la bandera religiosa para justificar el crimen, la violencia y el temor. No tenemos otro Dios que el Dios de la paz. El valedor de los débiles. El Señor de la justicia. El garante de la clemencia y de la misericordia, según lo proclaman nuestros libros santos.
En el nº 2.936 de Vida Nueva