FRANCISCO ARMENTEROS (GETAFE) | El artículo de María de la Válgoma ¿Vuelve la autoridad? (VN, nº 2.932) es acertado y oportuno: distingue entre autoridad (auctoritas) y poder (potestas). Está bien. Pero, en mi caso (de una generación anterior a la suya), no tengo ningún mal recuerdo de la “mano dura”, el orden y la disciplina que mi padre y mi madre nos imponían: era necesario. En una ocasión me preguntaron, al recordar episodios de infancia: “¿Y no estás traumatizado?”. Pues no; más bien agradecido. Quizá porque lo entendíamos y no era un “porque sí”, sin más.
Ahora se echa de menos un mayor ejercicio de la autoridad bien entendida; ella lo ve necesario en la escuela. Acierta también al recordar que mandar es servir, como obedecer es amar. Por otra parte, cuando alude al “doctores tiene la Iglesia” como respuesta a si querías saber más, hay que matizar que no era en sentido de que “obedecieras” y no preguntaras, sino que lo respondía el niño al maestro (ahora catequista) si le preguntaba por cosas que superaban el catecismo de la doctrina cristiana.
En el nº 2.936 de Vida Nueva
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