LUIS FERNANDO VÍLCHEZ M., profesor en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) | Se anuncian dos nuevas leyes para reorganizar las carreras universitarias. Una sobre la duración de estas, que podrían ser, en número de cursos, 3 (grado) + 2 (máster), o 4 (grado) + 1 (máster), dejando a cada universidad libertad para optar por una u otra fórmula, excepto en algunas especialidades. La segunda ley trata de las exigencias para crear nuevas universidades y poner freno a la proliferación de tantas online.
El Ministerio argumenta que los cambios pretenden poner orden y racionalidad en el concierto universitario y acomodarlo a los esquemas más frecuentes en el entorno europeo, que ha aplicado los acuerdos de Bolonia de forma algo distinta a la nuestra. Los rectores han pedido retrasar la aplicación de las leyes para examinar pros y contras, dando la impresión de que, en este caso, no hay unanimidad frente a una propuesta del Ministerio, el más contestado en los últimos años.
Las organizaciones estudiantiles se han movilizado frente a algo que, a su juicio, va a resultar más caro (el precio de los másteres es más elevado que los de un curso de grado), mientras muchos se preguntan cómo se propone otra reforma universitaria tras el escaso tiempo transcurrido con el nuevo sistema, con dos o tres promociones de graduados hasta el momento.
La universidad española parece condenada a una especie de síndrome de Penélope permanente, un continuo tejer y destejer a base de imponer rodillos parlamentarios, mediante decretos-leyes cuando el Gobierno tiene mayoría absoluta o, en todo caso, sacando adelante leyes no consensuadas. Este síndrome de Penélope afecta no solo a la universidad, sino al conjunto del sistema educativo. A estas alturas (según afirman encuestas, pronósticos, etc.), pocos dudan de que el próximo Gobierno, más aún si hay necesidad forzosa de llegar a pactos, traerá nuevas leyes educativas bajo el brazo, y… vuelta a empezar.
La cuestión universitaria es complicada y compleja. No es solo un problema de difícil solución, sino una realidad compleja, un puzzle con muchas piezas que encajar para que el resultado final sea certero, no genere más problemas que los que ha pretendido solucionar, y el esqueleto o esquema básico tenga fundamento y cohesión para perdurar, aunque abierto a las necesarias innovaciones que cada cierto tiempo haya que introducir.
Sería presuntuoso creer que uno tiene las claves para armar bien el puzzle universitario. Pero se atreve a proponer unos mínimos que considera imprescindibles:
- 1. Consenso entre las fuerzas políticas para acordar una base universitaria común, con vocación de permanencia. Llamar a una reflexión compartida para repensar y recrear el tipo de universidad deseable y posible para los próximos 20 años. Que, de una vez por todas, no se hable de la ley del PP, o del PSOE; menos aún la de un ministro.
- 3. Elevar el nivel de exigencia y rigor en la selección del profesorado y, en lo que cabe, exigir a un universitario a la altura de lo que la sociedad necesita.
- 4. No a la proliferación de universidades y carreras. Tenemos ¡50 públicas y 32 privadas!, con especialidades a veces sin alumnos, o con tan pocos que es un disparate mantener. Se impone una reducción.
- 5. Ayudas a los estudiantes sin recursos económicos. Que nadie con capacidades y vocación deje de estudiar una carrera. Becas “dignas” o préstamos a devolver cuando se termine la carrera es más acertado que poner una universidad a cuatro metros de casa.
- 6. Aprender de la empresa lo que de eficacia y buen empleo de recursos pueda aplicar hacia dentro la universidad, pero no imitarla o tomar de ella prácticas inapropiadas. La universidad no es una empresa.
- 7. Hacer compatible, en el profesor, docencia e investigación, pero sin olvidar que su primera tarea es la docencia.
- 8. Formación continua del profesorado y preparación para serlo. Hoy uno puede ser catedrático, por ejemplo, de Matemáticas… sin tener buenos conocimientos psicológicos y pedagógicos, sin que se le “examine” de esto. Enseñar y aprender de otra manera.
- 9. La universidad debe someterse a una evaluación continua, pero ha de contar con recursos para cumplir su misión de docencia, investigación y compromiso con la sociedad. Sin recursos, ¡y sin personas preparadas!, no podemos construir la universidad que todos queremos y merecemos.
<li>2. Dar voz a los expertos universitarios, sin mirar su color ideológico, para que logren ese consenso académico que ilumine a los políticos.
En el nº 2.937 de Vida Nueva