ÁNGELA MATALLANOS | Psicóloga, educadora y experta en prevención de la violencia adolescente e infantil
Todavía recordamos de manera sentida el suceso ocurrido en Barcelona el pasado 20 de abril, cuando un alumno del Instituto Joan Fuster le quitó la vida a un docente del centro e hirió a otras cuatro personas. Hasta ese día pensábamos que estas cosas solo pasaban en los Estados Unidos, pero nos hemos dado cuenta de manera brutal de que las emociones son universales y pueden estallar en cualquier momento. Mil hipótesis explican la situación de este adolescente y, por mi experiencia, no será una la causa de su comportamiento, sino el cúmulo de numerosos factores, muchos de ellos de escasa importancia.
Es cierto que no podemos controlar todos los acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor, pero es posible –y cada vez más necesario– echar un vistazo a nuestro pequeño mundo cotidiano para ver qué ocurre en nuestras fronteras personales. Quizás, de este modo, podamos ver la mirada de tristeza de algunos niños o la desilusión dibujada en la cara de muchos adolescentes, la ira, la desesperación…
Otros sentimientos menos evidentes se esconden tras los diagnósticos de los trastornos por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), trastornos disociales, negativistas, etc. Nunca hasta la fecha habían aparecido tantos casos. Es cierto que, en la actualidad, la información está al alcance de todos, pero ¿no estaremos medicalizando, y al final silenciando, el sufrimiento de los más pequeños? Con sus comportamientos nos muestran su vitalidad, pero también su malestar emocional, si les escuchamos.
A pesar de todos los instrumentos, teorías y conocimientos a nuestro alcance, parece faltarnos lo más básico: mirar y ver lo que ocurre a nuestro alrededor.
No es muy complicado intentar prevenir estas situaciones fatales y otras menos dramáticas. Solo es necesario mirar y escuchar de verdad lo que nos dicen los niños y jóvenes de nuestro alrededor, cada uno desde su lugar: padres, maestros, profesionales… Desde nuestra responsabilidad, vamos construyendo el mundo en el que vivimos y ofreciendo una forma de funcionar a los que vienen detrás. No sé si este es el mundo en el que queremos vivir… Ellos no quieren y nos lo acaban diciendo de manera que lo escuchemos sin lugar a dudas.
A veces nos podemos sentir solos en esta tarea de atender a los menores, incluso desbordados. Es buena señal, significa que reconocemos sus angustias y las sentimos, pero somos adultos y tenemos más recursos y capacidades que ellos. Poder utilizarlos y desarrollarlos pasa por poder compartir nuestras ansiedades con otros padres, compañeros, profesionales sensibles a esta situación. Pensando juntos se pueden encontrar las soluciones y caminos que ayudarán a todos a transitar por la vida de manera gratificante, lidiando y haciendo un hueco a los sinsabores de lo cotidiano, pero sin olvidarnos de las alegrías.
En el nº 2.939 de Vida Nueva