CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Lo de siempre. Como estamos en campaña electoral, actividad casi permanente y repetida, vuelven los tópicos, las soflamas y las promesas electorales que, según diría Tierno Galván, “están hechas para no cumplirlas”. Vamos, que no son de obligado cumplimiento en el caso de que se llegue al poder.
A lo de los acuerdos y desacuerdos con el Vaticano, la religión fuera de la escuela, los privilegios de la Iglesia y el Estado laico, ya estamos acostumbrados. Es retahíla molesta y recurrente en la que, parece ser, priva la intención del halago a las bases más gritonas y extremistas. Ni nos llama la atención ni nos dejan de molestar, tanto por lo injustificado de las denuncias, como la inoperancia a la hora de mejorar las relaciones, al menos institucionales, con los distintos sectores ciudadanos, sociales, culturales y religiosos.
Un líder político en campaña, cuyo nombre recordarán perfectamente, repetía los tópicos que ya sabemos, aunque hacía justo elogio de la labor de la Iglesia en el campo de la atención a las personas más desvalidas. Pues si tan necesaria y laudable acción realiza la comunidad cristiana en medio de la sociedad, más que poner trabas en el ejercicio de su interés en buscar la justicia y el derecho, y sobre ellos sustentar la caridad, el amor fraterno y la misericordia, habría que “invertir” en ayudar a esas instituciones que tanto contribuyen a derrumbar los muros de la desigualdad y crear un auténtico bienestar para el disfrute de todos.
La paradoja de casi siempre: se aprecia el sonido de la campana, pero se ponen todos los inconvenientes posibles para no reconocer el campanario que sustenta y hace posible el funcionamiento del carillón. Vieja, injusta y dañina teoría del cargarse al mensajero, aunque la noticia que anuncia lo sea de albricias y buenos presagios.
Una paradoja tan extraña como interesada. Se quiere reducir lo religioso al ámbito de lo estrictamente privado, pero que sigan sacando las castañas del fuego del hambre, de la marginación y el desamparo a muchas gentes.
Por tirios y troyanos es apreciada, por ejemplo, la labor de Cáritas, en todos sus ámbitos y sectores. Los datos que aporta esta institución de la Iglesia católica son considerados como de lo más creíble y fiable. Son citados en el Parlamento y en los discursos con miras electoralistas, y más para oprobio de la oposición que para el reconocimiento y el elogio de la Iglesia católica. Incluso haciendo todo un malabarismo, increíblemente ambiguo para negar que sea obra institucionalmente cristiana, para considerarla, únicamente, como una oenegé más sin identificación religiosa alguna.
Que nadie, especialmente los necesitados y beneficiarios de Cáritas, sientan temor alguno, pues la Iglesia no está preocupada por el reconocimiento y el aplauso, sino por la fidelidad al Señor Jesucristo. El mandamiento nuevo del Señor no está condicionado por circunstancia alguna. No tiene medida ni precio.
En el nº 2.940 de Vida Nueva