JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
Ya lo decía Jorge Manrique cuando nos advertía del poco valor de las cosas “tras que andamos u corremos”. Porque, ¿qué se fizo del largamente esperado documento episcopal sobre la crisis? Su impacto duró mucho menos de medio telediario. Eso sí, las organizaciones católicas lo han recibido muy bien. Lo consideran más que necesario.
Es un apoyo moral a su labor, aunque también hay que subrayar que muchas han sabido suplir estos años de silencio oficial dando un paso adelante, uniendo fuerzas en la denuncia contra la precariedad laboral, el desprecio a los inmigrantes, la indiferencia ante la pobreza… Lo estamos viendo ahora a diario, con continuas ruedas de prensa para salir al paso de tal o cual atropello a la dignidad humana.
Dice algún obispo que los medios no se han hecho eco de la instrucción Iglesia, servidora de los pobres porque no aporta nada a la crítica que la prensa lleva años haciendo. Un colega periodista apunta, a su vez, que sí hay crítica en el texto episcopal, pero que no le interesa a la prensa dar ahora otra imagen de una Iglesia que arremete contra la corrupción, que ya les va bien con el estereotipo, el de las caras de vinagre perpetuas, que dice Francisco.
La hipótesis vale para explicar por qué ha tenido el mismo eco avinagrado el libro de un obispo hablando de los peligros de la masturbación y los desórdenes de la homosexualidad que un texto colegial que aboga por una regeneración “personal y moral”. No consta, sin embargo, salvo en algunas cavernas, que el desinterés coincida con lo que piensa esa manita de obispos que votaron en contra del texto, y que plantearon una moción a la totalidad por considerarlo falto de teología. Se sospecha que son los mismos que gustaban empedrar el presente de añeja resignación cristiana.
Volviendo al poeta castellano, uno se pregunta qué se fizo de aquella Iglesia que, hace cuarenta años, discurrió la homilía de los Jerónimos, que dictó una lección de sensatez, civil y religiosa, y que desde entonces ha ido achicándose hasta la irrelevancia. ¿Y qué se fizo de una prensa que prestó oídos a lo nuevo que entonces –como ahora– estaba naciendo, civil o religioso, y lo acompañó, crítica y respetuosamente? Y, en definitiva, qué se fizo de aquella sociedad en donde no sobraba nadie. ¿Fueron sino devaneos?
En el nº 2.940 de Vida Nueva