Desguaces políticos y eclesiales


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

A los treinta y tantos todavía cree el líder de Ciudadanos que la juventud es un estado de gracia al que se llega como recompensa por un esfuerzo meritorio. Pero ni los que ya exhibe Albert Rivera le valdrán para mantener esa condición más allá de la primera arruga. De hecho, él ya no podría acogerse a la categoría juvenil que marca la ONU, la más generosa en la datación de ese efervescente estado, quizás porque no se ve obligada a expedir ningún tipo de tarjeta con descuentos adicionales.

Así pues, aducir todavía ataques de acné y el haber nacido ya con la democracia felizmente restablecida por aquellos a los que ahora, como generación emergente, se quiere enviar al desván, no es garantía de venir con la regeneración debajo del brazo. Como ha ocurrido en algunas sucesiones apostólicas, por poco que se aporte, la diferencia será ya sustancial, es verdad, pero eso no significa que la calidad democrática se consiga sumando los puntos de carné joven. La cosa no va así.

Fíjense, si no, en algunos sacerdotes jóvenes. O en los alevines que chupan banquillo en el apostolado seglar. Incluso en algunas nuevas congregaciones. Nacidos todos bajo el signo del Vaticano II, sin embargo su memoria histórica se corta abruptamente en Juan Pablo II.

Más allá de la figura del santo polaco aparece algo similar a lo que los antiguos cartografiaban poblado por terribles monstruos marinos, una especie de finis eclesiae donde es mejor no incursionar para que ninguna herejía secularizante o una teología fieramente humana pudiesen llevarle a uno a la deriva. Sí que creen en Dios, claro, aunque luego algunos no sientan la compasión cuando la tienen enfrente o sean incapaces de saltarse un rosario para acompañar, de palabra y obra, a quien necesita una mano a la que aferrarse.

Por eso no es bueno empezar proyectos –ni políticos ni eclesiales– poniendo condiciones excluyentes. Todo suma. Ni toda la generación imperante –que diría Olegario– está para el desguace ni la emergente tiene todas las respuestas de fondo más allá del “yo no soy así”. Es bueno cambiar lo que no funciona, lo que está agotado. Pero no con mera cosmética. Ni en la política –poniendo sin su consentimiento a jubilados en las listas electorales– ni en la Iglesia, como, por ejemplo, cada vez más creen que ha pasado con la curia madrileña.

En el nº 2.942 de Vida Nueva