CARMEN JALÓN | Formadora en interioridad y psicóloga
Yo preparo la tierra y Él hace el resto. Lo he leído en algún sitio, puede que en el Lecturas… ¡Ah, no! Creo que en el último libro de Saramago… ¡Ya caigo! En realidad no es una cita, sino una certeza que me ha acompañado siempre.
Y es que la tierra, la tierra interior que es “tierra sagrada”, la interioridad, tiene que ser preparada; es decir, abonada, roturada y regada. Es el arte agrario, el arte de preparar la tierra interior. Es un arte especial, especial por su sencillez, y en esto, ¡no hay otro igual! Es un arte que se aprende, siendo como niños en algunos aspectos de nuestra vida.
Significa abrir bien los ojos y abrir bien los oídos –como hacen los niños– a cuanto acontece alrededor nuestro, ya estés en la piscina, tomándote una caña con tu vecino en el bar de enfrente o cocinando para tus parientes, los de Lugo, que han venido a verte. No es sino poner la cualidad de atención en lo pequeño de cada día, pues cada día tiene su afán.
Y aunque parece fácil, no lo es. De hecho, la probabilidad, cuando le preguntemos a alguien si está pensando en algo distinto a lo que está haciendo, es del 50%. Por eso, te propongo para este verano aprender a mirar… ¡explorando!
Te lo explico. Mira como si tus ojos fueran el zoom de una cámara y enfócalos de este modo hacia un objeto, una persona o una escena que esté en tu campo de visión, de forma que lo demás quede en un segundo plano, como difuminado. Y, recuerda: ¡con actitud exploratoria!, como si fueras prima del inspector Gadget. Sé consciente de lo que ocurre entonces. Es fácil que te sorprendas descubriendo distintos planos de esa realidad que contemplas, por ejemplo, de la taza de café humeante que tienes sobre la mesa.
Entre esos planos, de lo profundo emergerá como un géiser la dimensión de lo sagrado. Pero hay que ser como niños y, como ellos, que aprenden repitiendo, nosotros también tendremos que entrenarnos en esta práctica tan sencilla, repitiéndola. Por ello, el período vacacional es un tiempo privilegiado para crecer a otro nivel, crecer en la consciencia de la sacralidad que me rodea, y lo puedo hacer aprendiendo a ver de otro modo lo más cotidiano, con gestos sencillos.
Y, poco a poco, con tareas cada vez más difíciles –como los niños, que después de aprender el abecedario ya pasan a leer palabras, frases y libros–, nosotros aprenderemos a “descubrir” la dimensión de lo sagrado en los acontecimientos y también en las personas. Y con consciencia, podré percibir cómo brotan de mi tierra interior las flores del asombro, de la gratitud y de la delicadeza hacia aquello en lo que haya posado mi mirada. Y, una vez inspirado el buen aroma de esas flores, haré todo lo posible para seguir roturando mi tierra sagrada durante todo el año.
Lo único que habré hecho es preparar mi tierra interior, para que las semillas de divinidad que había en ellas hayan florecido. Semillas que Él había esparcido. Por eso, la tarea para este verano puede ser preparar la tierra… que Él hace el resto.
En el nº 2.951 de Vida Nueva