JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco
“De ascendencia judía, nació en el año 1879, en Ulm (Alemania). Su padre era dueño de una pequeña fábrica de material eléctrico. Su aprovechamiento en la escuela era mediocre, y ya antes de su retraso en aprender a hablar le había hecho temer a sus padres que fuese anormal”. Así explica Manuel Gómez Ortiz la infancia de un genio, que no solo tuvo que sortear obstáculos en su niñez: “Su oposición a la política nacionalista y su raza le llevaron a abandonar Alemania y refugiarse en Estados Unidos”.
Albert Einstein dedujo la relación masa-energía (E=mc²), ecuación que pondría los cimientos de la mecánica cuántica. El periodista de Vida Nueva desgrana la consecuencia de su descubrimiento: “De esta forma podría fabricarse una bomba de un nuevo tipo extraordinariamente poderosa (…). Este fue el motor que puso en marcha la formación del equipo de científicos que fabricó la bomba atómica”.
Fue un científico brillante. Su investigación sobre el efecto fotoeléctrico le llevó al reconocimiento del Premio Nobel de Física en 1921. Las atrocidades de la I Guerra Mundial lo condujeron hacia el pacifismo. Fue bastante crítico con el capitalismo, considerándolo fuente del mal; defensor de un sionismo que incluía a los palestinos en un proyecto común y creyente del Dios de Spinoza.
Si todo esto hace a Albert Einstein un grande del siglo XX, hay una grandeza mayor que se reveló en el ocaso de su vida. Antepuso la paz a su legado. Lamentó las orientaciones que él mismo dio a Roosevelt cuando apoyó el desarrollo de la bomba atómica, a través del Proyecto Manhattan. Dicho arrepentimiento tomó cuerpo en la Guerra Fría, dando un espaldarazo a Bertrand Russell con la redacción de una resolución en contra de las armas nucleares, instando a los gobiernos “a encontrar medios pacíficos”. Lección para los, presuntamente, nueve países con armas nucleares.
La scientia que ellos entienden es la de la supremacía. Parecen estancados en la hipótesis de una amenaza, que nos puede llevar a experimentar las antípodas de la paz.
En el nº 2.951 de Vida Nueva