SEBASTIÀ TALTAVULL ANGLADA | Obispo auxiliar de Barcelona
Nos la propone el papa Francisco para el Año jubilar de la Misericordia. Lo hace con unos términos nuevos, ofreciéndonos poder vivir con una actitud diferente: la que parte de la confianza que caracteriza al que quiere ponerse en camino, al peregrino. La orientación va hacia algo interior, allí donde Dios y cada uno de nosotros vive la posibilidad de un encuentro que, en la persona de Jesús, nos haga experimentar la alegría del Evangelio. Peregrinar es caminar, avanzar, crecer, poner nuevas dimensiones a nuestra vida y a la de aquellos con quienes nos encontramos haciendo un mismo recorrido.
Peregrinar es aceptar un proceso, una conversión. El intento es llegar a ser misericordioso como lo es Dios, nuestro Padre, siempre desde la confianza plena en Él. Jesús, con su invitación, nos lo pide y nos lo demuestra con su testimonio de amor y servicio. El papa Francisco dice que “siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia” y que “hay momentos en los que de un modo más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre”.
Llama la atención que sea precisamente la peregrinación un signo peculiar del Año Santo, porque “es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia”. La meta es la misericordia –dice Francisco– y alcanzarla requiere compromiso y sacrificio. Pero, ¿de qué peregrinación se trata? De avanzar sin rodeos hacia no juzgar y no condenar, a la vez que “percibimos lo que de bueno hay en cada persona y no permitimos que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo”. En contra de celos y envidias, ofrecer cercanía, generosidad, compasión y perdón. Un nuevo itinerario, una peregrinación diferente.
En el nº 2.959 de Vida Nueva.
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