MARÍA PILAR BENAVENTE SERRANO | Misionera de Nuestra Señora de África
Por motivos de seguridad evidentes, se desaconsejó al Papa que hiciese esta visita que acaba de concluir a África. Pero él quiso expresar su cercanía con esta Iglesia africana que, del norte al sur, tiene innumerables mártires, no solamente religiosos, sino también seglares. Se hace vulnerable con los vulnerables.
El Papa ha hablado a los religiosos y religiosas con el lenguaje del corazón y del seguimiento de Jesús desde la libertad. Su discurso ha tenido ese tono agradecido, esperanzador, que tanto necesita oír la vida consagrada en el África de hoy.
África es un continente inmensamente rico en recursos humanos, espirituales y materiales. Pero está empobrecido y herido por la violencia y la codicia que debilitan desde fuera y desde dentro. A pesar de todo su potencial, África representa las periferias del mundo. Y hasta allí ha ido Francisco, para “los suyos”, los católicos, y para todos.
El Papa nos sorprende con gestos que dan voz y visibilidad a los que viven en las periferias. Ha reafirmado que la violencia que nos azota seguirá creciendo hasta que los dejados de lado puedan ocupar el lugar que les corresponde, alrededor de la mesa común.
Francisco quiso también visitar la mezquita central de Bangui. Este paso de acercamiento hacia los creyentes del islam no podía llegar en mejor momento. Francisco rehace el gesto del Pobre de Asís, que, en el siglo XIII, en un clima de enemistad religiosa, encarnó las Bienaventuranzas yendo al encuentro del sultán de Egipto.
Francisco encarna un modelo diferente de liderazgo. Es una figura de autoridad que “huele a oveja”, que se acerca y escucha. En lugar de utilizar el poder, se apoya en el diálogo, la compasión y la conciencia de la propia vulnerabilidad. Su lugar no está en el centro, sino en la frontera. Su preocupación no es tanto la defensa de la institución y de la ortodoxia como los derechos de los pequeños y vulnerables. Que el Espíritu de Dios haga que este modelo se haga contagioso en África y en el mundo.
En el nº 2.967 de Vida Nueva