CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Apenas conocía a los obispos de la Conferencia Episcopal Española. Algo de lo que ofrecían los periódicos y poco más. Solía participar, como invitado y representante de la Conferencia Episcopal del Norte de África, en algunas sesiones de la Asamblea plenaria episcopal española. Allí conocí a don Alberto Iniesta.
Algo que nunca podré olvidar. Los obispos españoles me saludaban con sentimientos de cordialidad y afecto. Pero había uno que parecía adivinar mis zozobras ante el desconocimiento de casi todo. ¿Necesita alguna cosa? ¿Quiere que le acompañe a algún sitio? ¡Sabe que mi coche está a su disposición! Creo que a don Alberto Iniesta se le juzgaba más por la imagen interesada que algunos grupos de uno y otro signo querían dar que por el corazón de un sacerdote enamorado de Cristo y que no deseaba otra cosa que ser fiel al ministerio que se le había encomendado.
Junto al cardenal Tarancón, le correspondió a don Alberto y a los demás obispos vivir un tiempo de tránsito, como lo era para la Iglesia y para la misma sociedad española. Pero, en lo que a la Iglesia se refiere, había que dar un salto muy grande, pues hubo de pasar, poco menos, que de las disposiciones del Concilio de Trento a la innovación que pudo suponer el Concilio Vaticano II. Por unas y otras razones, a la Iglesia y a la sociedad española le faltaban la reflexión y el debate que propició el advenimiento del Concilio Vaticano II acerca de la relación entre la verdad revelada y el conocimiento intelectual, el diálogo entre la Iglesia y la sociedad, entre la ciencia y la fe.
Desde su retiro de la Casa Sacerdotal de Albacete continuaba sirviendo a la Iglesia con la sencillez de una vida casi podríamos decir que oculta, pero siempre luminosa por la sencillez y la humildad, y por esa “columna” que nos ofrecía regularmente en estas páginas de la revista Vida Nueva.
Con don Alberto Iniesta hablaba frecuentemente del diálogo con los musulmanes. De la necesidad y de las dificultades. Alguna vez pude recordarle una sentencia sufí: “La mejor huella que se puede dejar, al pasar de esta vida, es la de la bondad”. Gracias, don Alberto por habernos dejado como herencia el recuerdo de tu bondad. Que el corazón eterno de Dios sea tu descanso.
En el nº 2.971 de Vida Nueva
ESPECIAL ALBERTO INIESTA:
- EDITORIAL: Alberto Iniesta, profeta del actual modelo de pastor
- PLIEGO: Monseñor Iniesta, un obispo diez
- NOTAS AL PIE: Es la revista la que ha ganado altura gracias a él, por José Beltrán, director de Vida Nueva
- OPINIÓN: Las prisas de don Alberto Iniesta, por José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
- OPINIÓN: Una calle para Alberto Iniesta, por J. Lorenzo
- OPINIÓN: Don Alberto Iniesta, el abuelo de ‘Vida Nueva’, por José Luis Celada, redactor de Vida Nueva
- OPINIÓN: La huella de la bondad, por Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla (solo suscriptores)
- OPINIÓN: Los sueños de Iniesta, por Jesús Sánchez Camacho, profesor CES Don Bosco (solo suscriptores)
- ENTRE MARTA Y MARÍA: Pastor amoroso, por Emilia Robles, coordinadora de Proconcil (solo suscriptores)
- IGLESIA EN ESPAÑA: Madrid despide a Alberto Iniesta, un obispo “que siempre quiso vivir en el amor”
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