GIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura
Es este un recuerdo muy particular de David Bowie que nace de mi escucha de su música desde hace tiempo para descubrir su secreta e implícita espiritualidad. En el fondo, siempre le acompañó una cierta inquietud, aunque fueran pocos los que se dieron cuenta de ello. Por ejemplo, en la época de Station to Station (disco publicado en 1976), este artista que cinco años antes había confiado a los extraterrestres la misión de la salvación, se dedicaba a la contemplación de las estaciones de la Cruz en este álbum que reflejaba sus años más negros.
En la oscuridad de las adicciones y de sus preguntas lacerantes, Bowie rezaba: “Lord, I kneel and offer you my word on a wing / And I’m trying hard to fit among your scheme of thing” (“Señor, me pongo de rodillas y te ofrezco mi palabra en un ala / Y busco desesperadamente cómo encontrar mi espacio dentro de tu orden de las cosas”).
La búsqueda no acabó en aquella época ni dejó de atormentarle, alimentando así su arte. Desde aquellos días –lo contaba él mismo– empezó a llevar un pequeño crucifijo de plata. Sus preguntas iban dirigidas hacia lo más alto y más que una respuesta, obtuvo el misterio. Bowie intentó entender el sentido de la oración en Loving the alien (1984), cuando se preguntaba si la invocación a Dios escondía en su interior la verdad, si la religión no era creer –una vez más– solo en un extraterrestre: “And your prayers they break the sky in two / You pray till the break of dawn” (“Y tus oraciones parten en dos el cielo / Rezas hasta que surge el alba”). Resulta imposible contar las citas y las referencias de David Bowie a la espiritualidad, tormentosa y angustiada, pero nunca exclusa de su vida.
“Soy un hombre joven en conflicto / con la Biblia / Pero yo no pretendo que la fe nunca funcione / cuando estamos de rodillas / rezando en la parada del autobús”, escribía en Bus stop. La llegada de Jesús a la tierra lo dejaba con un sentimiento mixto de esperanza y de incredulidad. Nunca abandonó esta parte de su alma, nunca dejó de pedir una señal a Dios. “Ábreme tu corazón / Muéstrame quién eres / Y yo seré tu esclavo… / Dame la paz interior, al fin / Enséñame todo lo que eres / Ábreme tu corazón / Y yo seré tu esclavo”. (I would be your slave, 2002). En ocasiones bromeaba sobre el tema, como cuando declaró en 2003: “No soy ateo y esto me preocupa, ¡pero dadme un par de meses!”.
Con la sonrisa en los labios confesaba que, con el transcurrir de los años, el número de sus preguntas había disminuido, pero que estas eran cada vez más profundas y lacerantes. Tenía una viva tensión moral que le llevó a decir: “Hay un crecimiento en el conocimiento que no es verdadera evolución. Desde el punto de vista ético, la humanidad no progresa. Como animales no hemos cambiado: matamos e intentamos sobrevivir”.
Esta misma tensión moral probablemente también se encuentra en Blackstar, su último trabajo, publicado dos días antes de su muerte y que aún no conozco. Estoy en cualquier caso seguro de que este original protagonista de la música contemporánea hablará a su modo, una vez más, de la espiritualidad, manteniéndose siempre en la resbaladiza frontera entre lo sacro y lo profano, en la que su voz conseguía en el pasado –aunque fuera “laicamente”– hacer vibrar el ánima también de aquellos que no saben inquietar sus conciencias.
En el nº 2.973 de Vida Nueva
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