GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix-Baza
No es que la vida interior ocupe mucho espacio en la sociedad actual, ni sea un tema de conversación habitual entre nosotros, pero no se puede negar que todos tenemos una vida interior. Y es mucho lo que sucede en el interior de cada uno; es donde crecemos y desde donde tomamos las decisiones que afectarán a nuestra existencia, y, en muchos casos, a la de los demás.
Me pregunto, ¿qué sucede en el interior de cada hombre? ¿Está habitado ese interior? ¿Por quién?
En el interior de cada hombre están sus proyectos y sus ilusiones, pero también están los miedos y los prejuicios. Desde el interior procesamos lo que vemos y oímos, y de ahí nacen las experiencias y los juicios. El interior es la sala de operaciones que dirige nuestra vida. Muchas veces parece que el interior estuviera deshabitado, o habitado solo por nosotros mismos. Por eso, nuestras victorias nos hacen creernos dioses todopoderosos y nuestros fracasos nos hunden en un pozo del que parece que nunca podremos salir. Vemos a mucha gente, también jóvenes, que pueden pasar de la euforia al abatimiento en muy poco tiempo. Y es que todo depende de nosotros. Además, si yo estoy bien, todos han de estarlo también; y si estoy mal, todo está mal.
Por eso, todo cambia cuando nuestro interior está habitado por Otro, por Dios. Cuando nos hacemos conscientes de que Dios vive y actúa en nuestro interior, hemos encontrado la respuesta a muchas de nuestras preguntas, pero, sobre todo, tenemos a Aquel que nos ilumina, que nos corrige y nos consuela, a Aquel que viene en el camino con nosotros y nos hace gustar que no estamos solos, que hay alguien dentro de mí que me quiere.
En el nº 2.973 de Vida Nueva