Las personas errantes

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Expulsados de su tierra. Unas veces por el hambre, la falta de trabajo y un mínimo de bienestar. Otras, por la persecución, por el miedo, por la angustia de vivir bajo el terror, por tener ideas diferentes y estar excluidos de la participación social… caminan sin brújula ni horizonte, desconociendo el lugar de asiento donde puedan llegar, sorteando fronteras y barreras de todo tipo, pensando en paraísos terrenales que no existen.

Parece como si se revivieran antiguas leyendas a las que pusiera música Wagner en la famosa partitura del El holandés errante, con el buque fantasma y las mil y una desgracias que solamente pudieron ser redimidas por el amor. No es ficción, ni mucho menos, lo de los niños muertos encontrados en las playas. Pateras que se hunden y dejan tantos náufragos. Grupos de personas huyendo de aquí para allá sin acabar de saber cuál será su nueva patria. Situaciones de permanente inseguridad. Hombres y mujeres desesperados y abandonados a lo que ocurra. Y al llegar, situación de clandestinidad, privados de derechos fundamentales, falta de acogida, víctimas de organizaciones sin escrúpulos y soportando muchas injusticias.

Acoger al refugiado y al inmigrante es obra de misericordia. Hombres y mujeres con su dignidad personal y con sus derechos que han de ser reconocidos. Entre esos inmigrantes y refugiados nos podemos encontrar muchas historias llenas de enorme dolor y sacrificio. No solamente perdieron lo que podían tener al ser obligados a abandonar su país, sino que también dejaron su libertad, su cultura, su modo de vivir. Muchos tienen que soportar una degradación personal inconcebible y una situación social muy por debajo de aquella que tenían antes de verse obligados a vivir como refugiados. Un día vinieron porque en su casa, si es que la tenían, ya no podían vivir o porque querían hacerlo con mayor bienestar y seguridad, y en la esperanza de poder encontrar un futuro mejor para sus familias.

Pero más que humanidad y acogida, estas personas frecuentemente encuentran rechazo y marginación. Se les considera poco menos que una peligrosa invasión de pobres, de competidores en el empleo, de amenaza a la seguridad y al bienestar. Hay como una especie de complejo de superioridad, sin acertar a ver cuál sea realmente la razón objetiva de ese sentirse superior. Nadie quiere señalarse como racista o xenófobo, pero los comportamientos excluyentes respecto a los inmigrantes y refugiados son más que evidentes.

En el nº 2.974 de Vida Nueva

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