CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Los que no tienen techo y a los que los echan en el que viven. Los sin casa y los desahuciados. Por una causa o por otra, el caso es que viven en la inseguridad y el miedo a perder aquello de lo que de forma tan precaria están disponiendo.
Uno de tantos derechos olvidados: el de tener una casa donde vivir. Derecho tan fundamental como frecuentemente conculcado. Un problema, por otra parte, que no permite más dilación y que es obligado solucionar. Cuestión, en verdad, muy grave es esta de la falta de vivienda para quien la necesita. Junto al derecho al trabajo y a la salud, el de la vivienda es uno de los más vitales e indispensables. Es muy difícil poder vivir sin tener donde hacerlo. Como ocurre siempre, quienes más sufren la falta de reconocimiento de este derecho son las clases más desfavorecidas. En definitiva, los pobres. Para los que resulta del todo imposible poder conseguir una vivienda, por modesta que ella sea. Su poder adquisitivo es tan limitado que no pueden permitirse gasto alguno por mínimo que pueda ser.
La carencia de vivienda es, ciertamente, un gran problema para aquel que no la tiene. Es, además, una enorme injusticia, pues se está rayando en la privación de lo más indispensable para poder llevar una vida mínimamente humana, tanto desde el punto de vista individual como familiar, y todo en una sociedad que presume de haber alcanzado elevadas cotas de bienestar social.
No hay viviendas para los pobres. Y si existen, resultan completamente inaccesibles para unas economías prácticamente inexistentes, con unas limitaciones increíbles y en condiciones tan precarias que hacen imposible cualquier esfuerzo por conseguir una vivienda. En el caso de los desahuciados, a ellos se les quita algo más que la vivienda. Se les destroza la vida, la familia queda sin protección, la inseguridad es como un virus que carcome la existe29ncia.
Las consecuencias de esta carencia de vivienda son de todo tipo: situación de ocupación ilegal, promiscuidad, falta de higiene, marginación social, imposibilidad de formar una familia… En otras ocasiones, la vivienda es tan indigna e insalubre que es casi como carecer de ella.
Buscar un techo para el que casa no tiene y acoger al desahuciado es muy buena obra de misericordia.
En el nº 2.975 de Vida Nueva