MARISA SALAZAR | Jefa de Gabinete de Presidencia de Cáritas Española
Recién estrenado 2016, con el regalo de todo un año para reflexionar sobre la misericordia, me intento situar e iniciar un viaje hacia mi corazón privilegiado. Corazón de mujer que cree en el Dios, Jesús, del Evangelio, modelo de ternura y misericordia. Me gustaría a lo largo de este año merecerme ese corazón que no tiene rubor en “lavar los pies” con misericordia y ternura a los que sufren, los que han tenido menos privilegios que nosotros. Pero también me gustaría sentirme libre, humilde, reconstruir mi ternura, mi pequeñez, para dejarme “lavar los pies” por los que me construyen, me hacen ser lo que soy y me animan a crecer y ser mejor persona, a afianzar mi fe en Dios y a perder, ojalá, mi egoísmo.
Me siento mujer orgullosa de serlo, madre, ojalá que tierna y misericordiosa porque me he encontrado con hombres y mujeres que me han enseñado el sentido de arrodillarse y “lavarnos los pies”, las heridas, reconstruir la ilusión, la fe, el compromiso por un mundo más justo. Doy gracias a Dios por todas las personas que me he encontrado en el camino, las que he visto “lavar los pies” y cuidar las heridas del corazón con la inmensa ternura del amor.
¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona, llevando la bondad y la ternura de Dios! Estas palabras del papa Francisco me inspiran. Porque las entiendo…
Me gustaría ser parte de esos cristianos que apuestan por todas las personas, especialmente las más débiles, en esa revolución de la ternura a que nos invita Jesús y desde la cultura de la misericordia que nos pide Francisco. Me gustaría ser discípula humilde del Accesible, que con su amor, misericordia y ternura, sin importar si era hombre o mujer, supo establecer contacto, mostrarse siempre disponible, eliminar distancias, buscar la proximidad y poner “cómodo” a todo el mundo. Daba igual si había que ponerse de rodillas, lavar los pies, sonreír, llorar, reconstruir vidas o ponerse en camino.
En el nº 2.975 de Vida Nueva