La fonoteca del Espíritu

(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)

“La predicación cristiana puede tener también una gran variedad en la forma, según tiempos y culturas, pero tiene siempre una unidad fundamental: anunciar a Jesucristo como el Hijo de Dios que ha venido a salvar al mundo, murió, ha resucitado y convive entre nosotros”

Cuando las emisoras de radio, algunas ya muy antiguas, recurren a su fonoteca, se pueden encontrar verdaderos tesoros de la historia. De ahí para atrás, todo se ha perdido en los pliegues del aire y del tiempo, pero ¡qué hermoso hubiera sido oír con su propia voz a tantos grandes hombres que en su tiempo influyeron en los pueblos y en la historia!

¿Y qué diríamos de ese inmenso río de gracia y de vida que constituye la predicación cristiana, la Palabra de Dios en la boca de los hombres de fe, desde los sabios y profetas del AT pasando por Jesús de Nazaret y sus discípulos y apóstoles, siguiendo después por la interminable saga de los santos predicadores hasta nuestros días.

La Iglesia no ha tenido más herramienta para su construcción y su crecimiento que la frágil palabra, que es como un suspiro pasajero que viene y vuela y se va para siempre, y los sacramentos, que también consisten, sobre todo, en la palabra. Y lo admirable es que mientras la historia de la oratoria humana abarca innumerables estilos y tendencias, fórmulas y estilos diferentes; a veces, opuestos y contradictorios entre sí; en cambio, la predicación cristiana puede tener también una gran variedad en la forma, según tiempos y culturas, pero tiene siempre una unidad fundamental: anunciar a Jesucristo como el Hijo de Dios que ha venido a salvar al mundo, murió, ha resucitado y convive entre nosotros.

Muchos y grandes genios ha tenido la Iglesia consagrados al ministerio de la predicación, pero quizá más que de los predicadores famosos por su sabiduría y santidad se trate de un innumerable ejército de pastores modestos, pero entregados fielmente al servicio de la palabra, y que han ido hilando poco a poco el tejido de la Iglesia de la tierra y del cielo. Algún día quizá podamos escuchar en el Reino la fonoteca del Espíritu Santo.

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