CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Sorprendente. ¡Dios te necesita! No hace falta nada más que mirar alrededor y ver cómo hay tantos hombres y mujeres que sufren de mil maneras y gritan para que llegue de una vez la justicia, la equidad y el bienestar para todos. ¿Cómo va Dios a alimentar al hambriento si tú no le prestas un poco del pan que tienes? ¿Cómo va Dios a conseguir la paz si no trabajas tú en favor de ella? ¿Cómo va a levantar al que ha caído si tú no le prestas tus manos? Mi gracia te basta, le dice el Señor a Pablo.
Cuando Dios se mete en las honduras del hombre, ya no se puede vivir si no es gritando esa vida que ahora se lleva dentro. Y hacerlo en obras y con palabras también. Hechos y expresiones han de ser de Dios, pero realizados y dichos con los modos y el lenguaje que empleamos los hombres. Es por esa misma razón que el mismo e idéntico Evangelio se canta en idiomas distintos. El texto es igual; sin embargo, la entonación es diversa. Siempre es Dios quien habla. El hombre pone los instrumentos para que resuene y se escuche la voz de quien es el único Señor.
Si has hablado con Dios, que no permanezca en secreto la verdad que necesitamos. Hablar de su bondad será una excelente obra de misericordia. Hazte, pues, eco de cuanto es y significa Dios en la existencia del hombre.
Cualquier reflexión que se intente hacer sobre la vida del hombre, su origen y destino, su felicidad y sus aspiraciones, ha de girar necesariamente en torno a Dios. Más aún: quehacer del verdadero creyente ha de ser el procurar que la voz de Dios se oiga con tal claridad que los hombres puedan entenderla fácilmente. Que los gestos y acciones de Dios en la historia resalten con tal evidencia que nada pueda hacer dudar de su existir.
Deja que la vida te la organice Dios. Por tu parte, ayúdale para que se comprenda la grandeza del perdón y de la misericordia. Dios necesita de buenos samaritanos que sepan poner, sobre las heridas de la ignorancia o de la indiferencia, los bálsamos del Evangelio. Quien ha conocido a Dios, que ahora haga ver ese rostro del Altísimo a sus hermanos y encontrarán en Él un manantial infinito de misericordia y el regalo de la alegría y de la paz.
En el nº 2.981 de Vida Nueva