Tribuna

Repugnancia y dolor

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Jesús Sánchez Adalid, sacerdote y escritorJESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor

Era una de esas veces que, viendo algo que no dudas que sea real, parece que la mente te engaña y llegas a creer que lo que estás viendo es pura irrealidad. Me refiero a lo que sucedió en las horas previas al reciente partido del PSV Eindhoven contra el Atlético de Madrid: unos jóvenes hinchas holandeses se divertían en la plaza Mayor, ahítos de cerveza, humillando a unas indigentes rumanas que se acercaron a pedir limosna. Les arrojaban monedas al suelo, haciendo que las pobres se agacharan a sus pies, mientras ellos se reían fanfarronamente…

La Última (VN 2982). Ilustración: Tomás de ZárateY en el colmo de la iniquidad, en un determinado momento, con desprecio y sorna, uno de aquellos desalmados prendió fuego a un billete ante el pasmo de las mujeres, que veían cómo se consumía delante de sus ojos sin poder hacerse con él. Solo tener que describir el espectáculo me provoca una desoladora sensación de indignación e impotencia. Pero, sobre todo, se despierta en mí una tristeza profunda, hecha de desconcierto y preguntas.

¿Cómo es posible que unos jóvenes, aparentemente sanos, de buena presencia, seguramente con estudios, y pertenecientes a familias de clase media, con la educación propia de la sociedad europea media, puedan hacer algo así? Y lo más desconcertante de todo: no era uno, ni dos, ni siquiera un grupito de borrachos aislado… ¡Eran muchos! Pues toda una multitud contemplaba indolente, condescendiente y socarrona, convertida en populacho de circo romano, solazándose ante la penuria de los más desgraciados.

Ante la evidencia, como suele decirse, el alma se cae a los pies. Porque sientes que algo está fallando en nuestro sistema; algo fundamental, inexcusable; todo eso que creíamos ya ganado: los valores morales, los logros cívicos y todo aquello que, jactanciosos de nuestro bienestar, nombramos haciendo uso del término “humanidad”.

¿Acaso será verdad eso que se viene repitiendo tanto desde hace algún tiempo? ¿Estamos volviéndonos insensibles? Después de este suceso repugnante, no me duelen prendas al afirmarlo: es cierto, nos estamos insensibilizando ante el dolor humano. Será por sentarnos durante años diariamente a la mesa, ante el televisor, para comer espléndida y variadamente, mientras contemplamos en los informativos las guerras, las muertes, la miseria, el hambre y la desolación de otros pueblos, a los que sentimos lejanísimos e irreales.

Quizás estamos perdiendo la capacidad de ponernos en el lugar del otro; la esencial virtud de la compasión… Y ahí está la consecuencia: unos jóvenes satisfechos, recién descendidos de un cómodo avión, alojados en un placentero hotel, y a punto de irse a ver un partido de fútbol, son incapaces de reconocer al hermano en alguien que sufre y mendiga. Porque, para entender la idea de fraternidad, resulta imprescindible reconocer que la persona que es objeto de racismo o segregación experimenta los más profundos sentimientos de ofensa, humillación, vergüenza y dolor. El desprecio de la situación de esas mujeres rumanas indigentes es la negación de su derecho a ser consideradas totalmente humanas.

No, el racismo no ha desaparecido, ni lleva camino de hacerlo. Por el contrario, la discriminación, tanto descarada como encubierta, continúa arraigada en casi todas las sociedades del planeta. Las formas antiguas y explícitas de segregación siguen vivas. Y es necesario ponerlas al descubierto. Por eso, el repugnante incidente de Madrid no debe ser tratado como un hecho aislado y circunstancial; está plenamente inmerso en su contexto: muchos jóvenes europeos están perdiendo valores humanos esenciales, en un ambiente posmoderno y relativista, mientras las referencias religiosas cristianas son arrinconadas y consideradas simples antiguallas. Todo ello acabará pasando factura en una inmediata generación…

En el nº 2.982 de Vida Nueva