CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
La indiferencia, la súplica a Dios ante la necesidad sin encontrar respuesta, el mal que se observa en el mundo, las injusticias, la violencia y la guerra, el dolor y las lágrimas son, para muchas personas, como un reto para reconocer la existencia de Dios y su presencia en el mundo y cuidado de aquellos que han sido creación suya y a los que llama sus hijos.
El amor de Cristo apremia, exige con urgencia la práctica de la misericordia con aquellos que están titubeantes en una fe debilitada por tantas sinrazones e incoherencias como contemplan a su alrededor. Obra de misericordia es la de trabajar por el asiento y la perseverancia en la fe recibida.
Se pueden buscar muchos argumentos para convencer acerca de la necesidad de la existencia de Dios. Pero serán siempre débiles y no llegarán a conseguir el propósito de encontrar la certeza de la verdad a través de razonamientos que poco sirven para contemplar lo trascendente. Cada estrella necesita un instrumento adecuado para poder ser vista. Los caminos para encontrar a Dios discurren por los mismos de la libertad y de la humildad.
Porque la libertad es así: consciente y generosa, admitiendo un conocimiento que va más allá de lo que nuestras categorías intelectuales pueden ofrecer. No hay otro camino para fortalecer la fe que el agarrarse fuertemente al libro de la Palabra de Dios, y hasta comérsela, como decía Jeremías: “Si encontraba tus palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón”. La indiferencia provoca tal anorexia que acaba generando insensibilidad y muerte espiritual.
A medida que el hombre se adentra en el conocimiento de la Escritura, se le van encendiendo las luces del pensamiento y del corazón para que comprenda y ame a Dios. Es una maravillosa pedagogía divina, en la que la mejor lección es la que se aprende viendo cómo Dios ha elegido a su pueblo, lo guía y lo protege. Más que conocimiento intelectual de Dios, es experiencia de un pacto singular.
¡He perdido la fe! Pero, ¿la has vivido conscientemente, de una forma libre y personal, y respondiendo a lo que esa fe obliga en una conducta religiosa y moral coherente? Y no hay que olvidar que la fe se fortalece dándola: el amor a Dios y la caridad con el prójimo son inseparables.
En el nº 2.982 de Vida Nueva