Atentados de Bruselas: la unión hace la fuerza

Atentados de Bruselas
Atentados de Bruselas

Un hombre deposita una vela en memoria de los fallecidos en los ataques de Bruselas

ALPHONSE BORRAS | Vicario general de la Diócesis de Lieja (Bélgica)

Los medios de comunicación nos han informado suficientemente sobre el atentado múltiple que tuvo lugar en Bruselas el pasado 22 de marzo. El ataque iba dirigido no solo a Bélgica, sino a la Unión Europea y, más allá, a los enemigos del autoproclamado Estado Islámico, calificados de “cruzados”. Entre los fallecidos (32) y heridos (más de 300) había más de cuarenta nacionalidades. España, Inglaterra y Francia ya conocieron tal desgracia, sin olvidar a varios países africanos, que con mucha más frecuencia que en Europa sufren este terrorismo islamista. ¡Y qué decir de Oriente Medio, en particular de los territorios controlados por el Estado Islámico! No cabe duda de que lo vivido ahora en la capital belga es de una magnitud internacional, un nuevo tipo de “guerra”.

La tragedia de Bruselas no solo trata de alterar sino de derrotar nuestro modelo de convivencia democrática, instalando el miedo y el odio, cuando en nuestros países vamos aprendiendo, no sin dificultad, a vivir juntos entre gente de diferentes religiones. Las migraciones de estas últimas décadas han traído como mayor novedad el descubrimiento y la proximidad del islam, con sus usos y costumbres sociales y religiosas.

Por eso hablo de un “aprendizaje”, que nos toca hacer a todos, mutuamente –los unos con y gracias a los otros–, cuyo éxito dependerá de nuestra capacidad para involucrarnos, para comprometernos, porque –como en los siglos y milenios anteriores– Europa sigue siendo el fruto de un mestizaje permanente. Su éxito dependerá de nuestra determinación para, confiadamente, “vivir en paz”. Sin embargo, este aprendizaje puede fracasar si pasamos a la desconfianza y al odio. En este sentido, la “guerra” instaurada por el Estado Islámico es “diabólica”, porque inocula o, por lo menos, favorece la división: separa, opone y divide.

Por eso, el mejor antídoto es mantenernos muy unidos a pesar y a través –o mejor dicho– con y gracias a nuestras diferencias. Desde el pasado 22 de marzo, la gente, el pueblo, lo ha entendido así. La permanencia, día tras día, en la Plaza de la Bolsa de Bruselas de tantas y tantas personas de todos los colores, ambientes sociales, culturas y religiones, etc. es una señal de la fuerte determinación para sentirse unidos, no solamente en el dolor –¡y la rabia!–, sino en la voluntad de seguir adelante en la construcción de la convivencia social. No podemos regalar al Estado Islámico la imagen de una sociedad desunida, que deja al margen a los musulmanes, nutriéndose de odio y generando violencia. ¡Eso quisiera el Estado Islámico!

Por todo ello, cabe luchar contra el odio sin caer en el angelismo ingenuo. En ciertos ambientes de extracción musulmana, ha habido gente –en los patios de escuelas y colegios– que se han alegrado del atentado múltiple. ¡Menos mal que ha sido poquísima gente!, pero no hay que negarlo, sobre todo cuando el conformismo social empuja a niños y jóvenes a manifestar su “identidad” de esa forma.

Tampoco hay que negar que, entre los autóctonos, los hay que endurecen sus prejuicios contra los musulmanes. No se puede desmentir el riesgo de una espiral de enfrentamiento y de violencia que se alimenta de amalgamas, de ignorancia, de mala fe. Haciendo hincapié en este dato, el desafío es y sigue siendo el de construir una sociedad belga y europea “humana” en el respeto y la solidaridad. Algo a lo que nos anima la Iglesia católica belga en este tiempo pascual.

Por paradójico que resulte, en un país federal donde ciertos integrantes exigen siempre más autonomía regional, hoy más que nunca se impone el lema de Bélgica: “La unión hace la fuerza”.

En el nº 2.982 de Vida Nueva

 

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