JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco
Casi dos años después de votar al partido laborista, los ingleses se daban cita en unas urnas que volvían a dar una victoria holgada a Harold Wilson. En portada, en una columna llamada ‘Sin firma’, Vida Nueva miraba con anhelo al Reino Unido: “El tradicional realismo político de los británicos contiene muy sabrosas lecciones y aun abundantes sugerencias para otros países, incluido el nuestro”. Estas palabras iban acompañadas de dos fotografías: la primera, enfocaba a Wilson encendiendo con suma elegancia su pipa; la segunda, retrataba a Edward Heath engullendo “con filosofía la anchoa de la derrota”.
Vida Nueva podría haberse contenido al pensar en los censores de la ley de prensa de 1938. Pero, el 18 de marzo de 1966, Manuel Fraga había inaugurado una ley que iniciaría un relativo proceso de liberalización. Entonces, si la censura previa quedaba suprimida, se activaría un procedimiento de sanciones cuando se interpretasen ideas contrarias a los Principios Fundamentales del Movimiento.
Probablemente, el búnker se sintió irritado al observar el aplauso de la revista a unos ingleses que habían “sabido extraer del socialismo, para su laborismo, aquellos principios de realismo histórico y social tan adecuados para nuestro tiempo”. Por ello, esta ley solo supuso un tímido hasta luego a una censura que coronó a Vida Nueva con más de una sanción en las postrimerías del franquismo.
En el nº 2.983 de Vida Nueva