FRANCESC TORRALBA | Filósofo
“Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Esta sentencia se halla en el Manifiesto del Partido Comunista que publicaron Karl Marx y Friedrich Engels en 1848. Esta sentencia no puede ser más exacta para describir la esencia de la sociedad gaseosa, una sociedad en la que todo lo que es sólido se desmenuza en diminutas partículas que se volatilizan en el aire.
Esto ocurre no solo en el sentido material del término, también en el inmaterial. Los sistemas que parecían sólidos se desvanecen, pero también los valores, las convicciones y los ideales que se creían resistentes e incólumes al paso del tiempo se descomponen en la atmósfera. Tenemos la sensación de que nada permanece o, dicho de otro modo, que lo único que permanece, es, precisamente, el cambio.
Instituciones que parecían sólidas se han extinguido debido a la crisis. Teorías que parecían indiscutibles han sido puestas entre paréntesis. La sentencia marxiana y engelsiana está formulada en un momento de ruptura, de transformación social.
Esta es, también, la percepción que tenemos hoy. Todo lo que parecía sólido se desvanece. Un mundo político, social, económico, religioso y cultural se deshace, pero lo que emerge es informe, caótico, difícil de precisar, justamente porque está emergiendo. Los valores tradicionales se descomponen, las creencias que habían sustentado a nuestros antepasados en los momentos críticos de sus vidas, se desvanecen en el aire y la estructura social muta hacia nuevas formas que jamás se habían percibido.
La misma idea se puede aplicar a lo que hoy se plantea como sólido e inalterable. Quienes, por ejemplo, consideran que el sistema neoliberal globalizado es una verdad inconmovible, capaz de resistir todo tipo de cambios y revoluciones, también se equivocan. A los fatalistas se les debe recordar que el sistema económico vigente no es eterno y que en cualquier momento puede descomponerse. A los capitalistas que están convencidos de que el mantra del liberalismo globalizado es una verdad eterna, que lo único que cuenta es el beneficio, se les debe advertir que verdades supuestamente más sólidas y más repetidas en tiempos pretéritos duermen en el trastero de la historia de la humanidad.
Nuestro mundo cruje y todo parece indicar que el sistema-mundo que hemos edificado se puede desvanecer en cualquier momento. La injusticia entre el norte y el sur del planeta, la permanente amenaza del terrorismo islamista globalizado, la crisis ecológica, los flujos migratorios de sur a norte y de este a oeste, las bolsas de marginación en las grandes metrópolis del mundo, el crecimiento demográfico exponencial a nivel planetario son factores que ponen de manifiesto la necesidad de un cambio de paradigma.
Incluso quienes nunca hemos sintonizado con el marxismo, ni siquiera con la filosofía marxiana, tenemos que reconocer que esta sentencia contiene una gran verdad, especialmente si es leída desde nuestras coordenadas actuales.
Contra todo pronóstico, esta sentencia es la mejor descripción de nuestro presente y debería estar en el frontispicio de la sociedad gaseosa, pero no solo como descripción de lo que hay en ella, sino también como un antídoto a toda forma de fanatismo.
Quienes transformaron el proyecto de Marx en un esperpento político y social de lo que él imaginó, en una imagen deformada y grotesca de la utopía descrita en sus textos, no tendrían que haber olvidado jamás esta sentencia del Manifiesto. Hubiera sido un buen antídoto a su fundamentalismo.
En el nº 2.984 de Vida Nueva